Haz click aquí para copiar la URL
Voto de John Giraldo:
10
Fantástico. Drama. Romance. Thriller En un inquietante laboratorio de alta seguridad, durante la Guerra Fría, se produce una conexión insólita entre dos mundos aparentemente alejados. La vida de la solitaria Elisa (Sally Hawkins), que trabaja como limpiadora en el laboratorio, cambia por completo cuando descubre un experimento clasificado como secreto: un hombre anfibio (Doug Jones) que se encuentra ahí recluido. (FILMAFFINITY)
22 de enero de 2018
43 de 64 usuarios han encontrado esta crítica útil
Guillermo del Toro no pudo ser menos sutil y a la vez muy simbólico. Si habría que buscar un modo de recuperar esa cosa extraña, a veces insolente, y la más de las veces genuina y esplendida, como el amor, que mejor que acudir a un ser cuyas características no son las del mundo consagrado. Se trata de una película hecha con los temas que nos inquietan: los misterios de la ciencia, las ortodoxias de las relaciones entre hombres, el inicio de todos los enigmas: la vida, el final de nuestras certezas, y así, con un contexto de los años sesenta, donde hay un inmenso conflicto entre dos mundos: el soviético, que proclama el comunismo, y los Estados Unidos, quien será el defensor del capitalismo. Mientras, trascurre una serie de pugnas, una mujer, empleada de servicios varios en uno de los sitios de investigación secreta en Baltimore, entabla una curiosa manera de tejer sentido con una criatura. Entonces, Del Toro, hizo otra película ya clásica.

He visto sus extraños seres, por ejemplo, en El laberinto del fauno (2006), o en El espinazo del diablo (2001), también el imbatible Hellboy (2004- 2008), el animal luchador de lata y tecnología Pacific rim (2013), en cada uno de ellos, una vieja batalla, insondable, cuenta su cercanía y compromiso con los dramas de un fondo político, un estar conectado a las reivindicaciones sociales, humanas, de los seres anodinos, pero que logran sobreponerse.

Ahora, esos seres, con una carga siempre mítica, lo que tienen es un valor por lo ancestral, por aquellos aspectos que se desechan o no se les concede la importancia suficiente, y pasan como hostiles, en ciertos casos, o como triviales o incoherentes en otros. La forma del agua, aprisionada por unas necesidades de desarrollar un arma letal contra el enemigo, encarna, el padecimiento de esos mitos hechos cenizas en las calderas de la ciencia. En este caso, es una especie de reptil, o anfibio, o un camaleón, o todos esos y más, con su proximidad y esencia en el preciado líquido.

Pero también, como lo hiciera, González Iñárritu, cuando nos puso de frente en Babel, a una mujer de Japón, con la misma situación de Elisa, es decir, con su mudez, nos sugiere, con un grado de crítica, que lo más dramático o sobresaliente, no requiere palabras, es mejor, asumirlo sin la elocuencia de la voz, y vivirlo con la fortaleza de los hechos. Algo muy estrecho entre el amor no tiene como decirse, no hay con qué nombrarlo, no posee el tono de las articulaciones, tampoco se encuentra en el emblemático curso de los sentidos, sino que aflora con una fragancia fresca, en la que renacen los vínculos que ahondan en el ensimismamiento y en el descubrir con otro. De hecho el amor habla, y en esta película, Elisa, no sólo lo hace con esa bestia rara, sino también con su único amigo, y esos diálogos, wow, son de lo más diciente.

Desde luego, no hay amor sin murallas. Y los más canallas saltan, cercenan con vileza eso que nace y que al tiempo se halla escondido, entonces sobran las afirmaciones culminatorias de ese gendarme, del que también dicen, lo adoraban indígenas del Amazonas. La criatura -como los mitos- no eligen la boca de quien los usa, los convierten en conejillo de indias, ratones de laboratorio, con la suerte, quizás del asombro, de alguien quien les ofrece su poco de consuelo al desenpolvarlos. A ese ser de agua, una mujer, a diferencia de todos los demás, mientras limpia, y tiene como función no dejar rastro, lo mira de frente y sin atavíos. Se acerca con una confianza tal, que nos cautiva.

Esos somos los espectadores de las duras historias del Toro, unos inciertos, que van prestando la magia en sus ojos, para ampliar sus reducidos episodios, y promoverlos con ese lienzo hecho de fábulas. Nos da el premio de reducirnos a viajar desde una silla, luego seguiremos los caminos, descalzos de ingenuidades, sin desviarnos de los azares. Aunque no falta el suspenso, ese accionar medio detectivesco, donde las confabulaciones no sobran, también las conspiraciones, esas honduras de terror, que pueden, quizás, suavizarse. La forma del agua, se hizo con esos ingredientes: un poco de misterio, una relación de proximidades, una vanidad del mundo de los políticos, ese pensar ojeroso y ególatra de los científicos, una humildad sin tregua, de hecho, el cóctel es bastante híbrido, en el que hasta una mezcla de humor también cabe.

La forma de todas las formas, también pudo ser otro título, la forma de la rareza, la forma de los extraños, de modo que esa es la forma de hacer cine, con la pasión de los que no encajan. Si consideramos que la forma es la expresión de ese cincel con el que se dice, entonces Guillermo del Toro nos martilla de frente y en las emociones, con esa forma de hacer cine. No se la pierdan, porque sin ponerlo de manifiesto, esa historia nos devuelve a nuestro origen.
John Giraldo
¿Te ha resultado interesante y/o útil esta crítica?
arrow