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Voto de Ángel de la Cruz:
10
Drama Bilbao, años 80. Un Comandante de la Guardia Civil descubre que su hijo Paco de 17 años, que espera que ingrese en la Academia Militar, es heroinómano. Urko, el mejor amigo de Paco e hijo de un dirigente abertzale, también es heroinómano. En un momento dado, Paco huye de casa llevándose una pistola de su padre. Mientras el Comandante inicia la búsqueda de su hijo acompañado del padre de Urko, empieza a descubrir un mundo desconocido y ... [+]
11 de junio de 2014
26 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tras la llamada Transición se abrió en España un proceso de apertura y modernización. Este proceso tuvo (y tiene) una parte negra que casi nadie se atrevió a señalar. Apreciamos la valentía de quienes creen, con Brecht, que el arte es un martillo, por eso elegimos para inaugurar la página esta película maldita del director maldito Eloy De la Iglesia. Cuando hablamos de Eloy De la Iglesia hablamos del máximo exponente del cine quinqui, un cine denostado y criminalizado por la crítica de ayer y hoy: la España de los “guiris” que culminó en el 92 con la Expo (Grupo 7 fue la sorpresa más agradable de 2012) y el Tratado de Maastricht no podía permitirse mostrar la España de la droga, de los lumpen y de la miseria que trajo la reconversión industrial.

Y vino Eloy de la Iglesia, un director comunista, homosexual y heroinómano, en 1983, a rodar la historia del hijo de un guardia civil (Paco) y de un diputado abertzale (Urko) que escapan, a través de la droga, de sus respectivos ambientes. Es en su búsqueda cuando sus padres, especialmente el teniente, sufren cambios en su visión de la vida y la sociedad. Introducirse de manera vertiginosa en el mundo de las drogas obliga a los chavales a sumergirse en todo tipo de submundos y actividades delictivas, desencadenando una trama de desdichas.

Pero El pico no es una simple película contra la droga, aunque sí puede que sea la más dura, la más pura; es una película atravesada por reflexiones sobre el sexo, el conflicto vasco y lo más valiente: el papel de las fuerzas de seguridad respecto a las drogas, especialmente en los lugares del país donde los jóvenes se encontraban más organizados y donde mayor fue la llamada “generación perdida”.

Las carencias técnicas y el escaso presupuesto fueron suplidas por el realismo que consiguen los escenarios (las escenas en la cárcel en la segunda parte son de antología) y la naturalidad de los actores, una buena parte de ellos enganchados a la heroína. Esto no es un detalle menor: José Luís Manzano (Paco), el actor fetiche que De la Iglesia rescató de la delincuencia con Navajeros (1980) y que después protagonizaría La estanquera de Vallecas (1987), murió nueve años más tarde de sobredosis. La misma suerte corrió su compañero de aguja Javier García tras contraer el SIDA (aunque se desconocen los detalles), el mítico Pirri (José Luís Fernández) poco después de intentar cortarse las venas en la cárcel o Lali Espinet (Betty), que durante el rodaje de la película era la encargada de suministrar la droga a los actores. Pedro Nieva Parola (Teniente Alcántara) o Enrique San Francisco (Mikel) consiguieron salir de la droga. Eloy de la Iglesia moriría en 2006 en el más triste de los olvidos cinematográficos y sin ningún tipo de reconocimiento (más allá de algún guiño de Fernando León de Aranoa, entre otros).

Tres décadas después, tras el tirón de películas como Matar al Nani (Roberto Bodegas, 1988) o 27 horas (Montxo Armendáriz, 1986), podemos afirmar sin vacilación de ninguna índole que El pico, más allá de ser el máximo exponente del cine quinqui, es una película de culto imposible de eludir a la hora de estudiar el cine español de los últimos treinta años. Nunca tendrá ningún premio, pero fue de las primeras películas españolas que tuvo segunda parte gracias a la gran acogida de la primera.
Ángel de la Cruz
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