Los críticos recelan de lo nuevo a pesar de sus incuestionables logros. Esto se llama neofobia. Análogamente, veneran lo antiguo... porque sí, porque es añejo... y a pesar de sus evidentes deficiencias. Esto se llama ceguera.

"Yo, Claudio", serie casposa, destartalada, fea, es, junto a las dos versiones de "Furia de Titanes" (1981 y 2010), el mejor ejemplo. Me da igual que esté basada en una -ignoro si magnífica- novela de Robert Graves, y poco importa si el argumento de la serie cuenta con el "aval" del rigor histórico. Si esos supuestos méritos se despliegan en unos escenarios cutres pésimamente iluminados (¡Dios, esos focos tan estridentes!), con una estética tan televisiva que prácticamente estás viendo los micrófonos y las cámaras (todo esto ya lo notaba yo de niño); si pasan por un maquillaje que canta tanto (parece que el emperador lleva una masa de harina debajo de la piel); si presentan con tanto puritanismo y tanto desaprovechamiento la historia de Mesalina; si, en fin, es sosa, fría y británica hasta decir basta (es imposible creerte que esos escoceses son romanos), simple y llanamente no hay por donde cogerla. Estos defectos se acrecientan, además, con el paso del tiempo, que la ha hecho envejecer peor que al propio Claudio.

La serie "Roma", que indefectiblemente comparan con esta, la supera con creces en todos y cada uno de sus aspectos, hasta el punto de convertir en ridícula la comparación.