Me entusiasmé con la idea: una película histórica sin premisa alienígena y forjada fuera de los estudios de Hollywood. Vikingos bien caracterizados, sin tópicos ni exageraciones, y otros pueblos muy desconocidos para el público general como los rus y los pechenegos; historia de verdad, seria, sin concesiones al romanticismo ni otros
elementos pueriles; interpretaciones distintas a las acostumbradas, con caras desconocidas que pueden meterte mejor en la historia; buena ambientación y reconstrucciones creíbles... Pero todo este esfuerzo se va al traste cuando descubres que todo es insípido, flojo, anodino. Me hizo pensar varias veces en la noruega El último rey (2016).

Por si fuera poco no sentir empatía por ningún aspecto de la historia, resulta que no hay texto ni subtexto. Bueno, sí, uno que simplemente no responde a la realidad: de un mundo frío, oscuro y cruel dominado por el crimen y la guerra, tan sólo se salva el cristianismo. El contraste maniqueo es explícito en las primeras palabras de la película y en los vivos colores de la escena bautismal. Es comprensible, porque si despojamos a una película bélica de mensajes positivos como ése, por muy antihistóricos que sean, se queda en un mero desfile de tropas y efusión de sangre carentes de sentido.

En definitiva, que si ni siquiera ésta me ha presentado la historia tal como es, ya no cabe esperar nada serio del cine épico.