Shigeki vive en una pequeña residencia de ancianos donde la joven cuidadora Machiko acaba de llegar. La vida en ese lugar transcurre plácidamente para residentes y trabajadoras, si bien cada uno lleva el peso de sus penas, mucho mayores, al menos en número, las de quienes más han vivido. La soledad y la muerte, como todo porvenir, son las que ocupan casi la totalidad de los pensamientos de quienes allí pasan sus últimos meses o pocos años de existencia.

Shigeki habla poco y lo único que suele pronunciar es Mako, el nombre de su mujer muerta 33 años atrás. Machiko, por su parte, carga con el dolor de la pérdida de su hijo, de la que, además, su marido la culpa. El día del cumpleaños de Shigeki, Machiko le obsequia con un paseo por el campo. Un pequeño accidente con el vehículo conducido por Machiko será el detonante que lleve a la redención del dolor del anciano hombre, sin la compañía de la joven cuidadora esto no hubiese sido posible, al tiempo que éste hará posible que la joven madre se coloque en disposición de comenzar la redención del suyo propio.

Lección de amistad, y de cómo, aunque sea de forma fortuita, y entre seres contemporáneos, pero no coetáneos, se puede hallar la compañía, vital para la existencia en plenitud de cada ser humano y donde se puede llegar a encontrar aquello que signifique el sentido de su vida.

Aparte de su contenido, a destacar la gran belleza plástica de esta obra, el esplendor de la naturaleza en perfecta armonía con quienes la acompañan. Excelente dirección de Naomi Kawase que acompasa de forma perfecta la cadencia del relato con lo que nos va contando.