La versión comercial de Djinn recorta todas las mejores escenas de la película –a pesar de incluir algunas escenas nuevas descartadas por Hooper o incluso no filmadas por él, dura 20 minutos menos–, cambia desde el principio la percepción del espectador sobre un personaje y transforma por completo el final de la película, eliminando totalmente el sentido original de la obra y con ello parte de su efecto aterrador.

Aun así, la versión mutilada de Djinn era una obra inmensa y por suerte, al contrario que en otros casos en los que nos quedaremos para siempre imaginando cómo habría sido la versión de su autor, existe una versión del corte de Hooper que volví a ver anoche por segunda vez y que la confirma como una de las mejores películas de uno de los más brillantes, radicales e incomprendidos cineastas de la historia.

Esta vuelta de tuerca al concepto de la casa embrujada recoge la idea de fondo y algunas de las mecánicas habituales pero elimina la presencia terrorífica –que se presenta literalmente de manera física pero cuya esencia es más bien psicológica, representando el peso de la culpa en la conciencia–y se sirve de una espesísima e impenetrable niebla, de la iconografía del lugar y de la forma de mostrar y ocultar los espacios para mantenerte constantemente cuestionando el entorno, generando incomodidad e incertidumbre en cada esquina de cada habitación.

Hooper, a sus 70 años, a modo de una fábula siniestra y sin perder su habitual sentido del humor retorcido y sutil, firma su obra más radical y moderna, que deja como legado algunas de las imágenes más sombrías, perturbadoras e imperecederas de su filmografía –de cualquier filmografía, de hecho– y que da cuenta del genio y la versatilidad de un cineasta que con la mínima cantidad de recursos es capaz de dar vida a las peores pesadillas a través de ideas formales brillantes e imaginativas.

La manera en que se pervirtió estúpida e innecesariamente su visión de esta obra solo viene a confirmar que no se entendió en absoluto la intención de Hooper ni aquí ni prácticamente en la totalidad de sus películas a lo largo de una impresionante carrera que culmina con su creación más oscura, melancólica y desesperanzadora. Un testamento cinematográfico que, después de la angustia, el horror y el desasosiego, da paso a la calma y cierra con un siniestro pero hermoso amanecer.