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Voto de AlvaroFaure:
7
Drama Manuela (Itsaso Arana) y Olmo (Francesco Carril) son una antigua pareja que se vuelven a encontrar quince años después. Cuando eran unos adolescentes estuvieron enamorados, pero se separaron. Se trata de una película sobre el tiempo; o sobre la conciencia del tiempo: del tiempo perdido y del recuperado; sobre lo que recordamos de nosotros mismos y lo que no; sobre las palabras, los gestos y los sentimientos a los que seguimos guardando ... [+]
1 de octubre de 2016
36 de 45 usuarios han encontrado esta crítica útil
«Ella abisma la mirada en el suelo y él en sus ojos, alma adentro con la esperanza del reencuentro»

Suena un tema muy antiguo, «una canción romántica, quizá un poco cursi» en el interior de un local de Madrid. Una luz roja baña el rostro de los protagonistas, a sus espaldas un espejo refleja la figura del cantante brillando en azul y la pobre labor interpretativa de los actores no logra restar emoción a una de las escenas con más vida que he visto en mucho tiempo.

«Diminuto fragmento de una vieja emoción»

Cuando escribí sobre su ópera prima, hablé de la conexión por identificación y de cómo el cine de Jonás Trueba la sortea casi sin proponérselo. Tal vez mucho de esto tenga que ver con el hecho de que su autor hace cine para él y probablemente sobre él, de forma que no plantea situaciones con las que te puedas identificar per se sino que plasma su propia vida con tanta pasión que sus escenas desbordan una emoción real y palpable con la que podemos conectar aunque no hayamos vivido realmente ninguno de esos momentos.

Un joven de 15 años lleno de ilusiones escribe sobre un papel la más bella declaración de amor: el deseo de acompañar a esa persona hasta el fin de sus días, la imposibilidad de imaginar un futuro sin ella al que pronto se tendría que enfrentar. Los viejos cuadernos encierran las emociones desnudas de la juventud, las antiguas cartas albergan los deseos sin materializar, las promesas incumplidas y las ilusiones rotas. Jonás no escribe sobre ellas, sino que las rescata de la papelera y las devuelve a la vida, tratándolas con el respeto y el cariño que merecen aquellos fragmentos de lo que fuimos.

«Palabras borrosas que te hicieron llorar».

En una entrevista, el realizador afirma que le gusta el cine que le genera vergüenza. La incomodidad ante lo cursi y ñoño de los textos del pasado se refleja en la cara del protagonista que relee a su yo de entonces, y es exactamente la reacción que la segunda parte de la cinta pretende generar en el espectador, pues supone la apertura del baúl de los recuerdos que oculta en su fondo las frases edulcoradas nacidas de la emoción del primer amor. Quien sale indignado ante el derroche de cursilería que despide la segunda mitad de la película ha olvidado algo muy importante que Trueba deja caer en la primera parte: la lectura ha de hacerse en el tono adecuado. Nadie recita poesía con la pasividad con que examina un manual de instrucciones, ¿cierto?

Es una tarde tranquila en un parque, hace tiempo que pasó la hora del almuerzo y queda aún para la hora de cenar. Dos jóvenes se abrazan tímidamente y se separan para observarse. Es el reencuentro tras mucho tiempo sin verse, tras una historia de amor con punto final antes de tiempo –o quizá justo en el momento exacto–. Sonríen y la sonrisa es sincera pero en ambos casos se entrevé un leve gesto de amargura: la radiante luminosidad por volver a estar juntos la empaña levemente la suave melancolía por los sueños rotos y el recuerdo de un pasado feliz el uno al lado del otro.

«Y ni siquiera sientes pena sino la pena de no sentir dolor»

Jonás Trueba ha construido una obra que, girando en torno al recuerdo, mira con ilusión hacia el futuro. Su segunda parte es el relato de dos adolescentes enamorados, con la mochila llena de planes, motivaciones y altas expectativas, ilusionados por lo que vendrá, incluso temerosos por lo que se están perdiendo, por lo que les depara el mañana. La primera parte, nostálgica y agridulce, cargada de viva felicidad pero con el corazón encogido, se siente esperanzadora, como echar un vistazo atrás, sonreír por lo vivido y decirse a uno mismo que qué bonito aquello que pasó. Ambas mitades se nutren mutuamente, la una no es nada sin la otra, la otra no tiene sentido sin la una. Las dos encierran e irradian lo mismo.

Él vuelve de madrugada, vuelve de visitar el pasado, de reencontrarse con la chica del recuerdo, la que lo dejó por posibles anhelos, ni siquiera por algo concreto. Ha sido maravilloso volver a estar junto a ella, sentir esas emociones, revivir los viejos tiempos, los momentos que pasaron juntos. Ella le pregunta cuándo se va. Aún queda. «¿Vais a quedar otra vez?» añade. «No» responde él. Al pasado hay que volver para recordar y aprender, no para quedarse, piensa seguramente él cuando baja la mirada en busca de un porqué.

«Duras penas, eso nos depara. Porque nadie sabe nada de su propio amor»

Es difícil hacer una gran película, pero lo más difícil de todo es hacer algo que desborde vida, porque para ello hace falta pasión, hace falta emoción y hace falta valor para hablar de lo que te importa. Y son difíciles de encontrar estas obras. Muy rara vez un cineasta da con el momento adecuado para hablar de lo que quiere como quiere y a quien quiere y cuando eso ocurre la película brilla con luz propia y desde el primer minuto te atrapa entre sus brazos con su irresistible encanto. Pero para eso hace falta sentir verdadero cariño por lo que cuentas y, sobre todo, por la forma de contarlo.

«¿Sabrán repetir después las palabras que se dicen los amantes y ponerlas en los labios como nunca dichas antes? El mundo encierran y el cielo pertenece a quien las diga. Por eso cuestan la vida. Por eso cuestan la vida»
AlvaroFaure
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