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Santo Tomé y Príncipe Santo Tomé y Príncipe · Villacanicas del Hoyo
Voto de McCunninghum:
10
7,6
1.512
Documental Segunda parte del Tríptico Elemental de España realizado por José Val del Omar y compuesto por Aguaespejo granadino, Fuego en Castilla y Acariño galaico. Ensayo sonámbulo de TactilVisión (sistema, original del autor, de iluminación por impulsos) sobre las esculturas religiosas del francés Juan de Juni y del español Alonso de Berruguete, en un cine que cruza de Occidente a Oriente, desde la fuga hacia el éxtasis. (FILMAFFINITY)
6 de julio de 2010
58 de 75 usuarios han encontrado esta crítica útil
La obra de José Val del Omar, que comienza ya en la II República en las históricas “Misiones Pedagógicas” junto a Lorca y Cernuda, fue borrada de la historia oficial del cine gracias al barniz hegeliano que imperaba en la España cenicienta de los 50, que pintaba gris sobre gris. Su figura, como la de tantos otros, fue escamoteada del mapa. Mapa cinematográfico que, en sus mejores y marginales momentos, podían dibujar autores como Sáenz de Heredia, Bardem o Berlanga, pero en el que del Omar y su cine experimental eran sólo un vacío, un no lugar.
A día de hoy, sin embargo, el cine de del Omar aparece en los márgenes cobrando una importancia inusitada, orto luminoso de ese “otro cine español” que se encuentra reunido en el pack editado por Cameo. La “Trilogía Elemental de España” (que reúne los títulos “materiales”: del agua (Aguaspejo granadino), del fuego (Fuego de Castilla) y del barro (Acariño galaico)) expone el cine como lo entiende el místico granadino: cinegrafía táctil, cine extático y en trance, cine no narrativo heredero de las vanguardias, del cine-ojo de Vertov y del cine transfigurado de Artaud. Un cine alternativo que muchos quisieron no tuviera lugar. Y que comunica a del Omar con otros grandes cineastas experimentales, nunca españoles, como Joris Ivens o Kenneth Anger. Cine de creyentes, cine de videntes.
“Fuego en Castilla”, la obra que nos ocupa, propone un lisérgico viaje por el Museo Religioso de Fachadolid, donde, como un “ojo eyaculatorio”, observamos estatuas de santos y vírgenes estroboscópicas que parecen salidas del Mau Mau o la NON, oscuros simbolos de un pasado fenecto, fuegos que iluminan. Como Resnais en ese mismo año de 1958, del Omar hace un documental sobre cómo las estatuas también mueren, y con un imaginario místico y lisérgico que se refleja en sus planos desbordantes, hace bueno el dictum sobre el arte más subversivo: el que, como el fuego, quema y consume aquello de lo que se alimenta. Amar es ser lo que se ama. Sin fin. Y lo de del Omar, es verdadero amor por el cine.
La bondad histórica, como querría Benjamín, ha recuperado estas luminosas visiones para nosotros. Imágenes que la España de nuestros abuelos era incapaz de comprender. Quién sabe si la de los nietos lo haga, o prefiera a Amenábar, y no ver.
O diremos, como dijo aquella mujer frente a las imágenes de Martín Patino, las “Canciones para después de una guerra” (71): “El hijo de puta que hizo esto…”
McCunninghum
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