Genndy Tartakovsky es un claro heredero de la línea iniciada por Hanna-Barbera. En televisión ya demostró con sobrada eficacia, la utilización de una animación plana y sencilla, a la vez que muy atrayente entre el público infantil. Sus personajes derrochan velocidad y gran inventiva, atreviéndose incluso con unos diseños rompedores, equiparables a lo que ocurría con los creadores de “Los Picapiedra” y “Scooby Doo”.
Hace tres años decidió dar el salto al largometraje, abandonando por el camino su estilo tradicional, adentrándose en el campo de la animación generada por ordenador. El mercado en este caso imponía el uso de esta herramienta.
El resultado dio lugar a una divertidísima cinta que combinaba a los viejos clásicos del terror, humanizados por la presencia de un simpático y despistado excursionista.
El éxito de aquella propicia ahora su consabida secuela. El ritmo de ésta se mantiene, y los gags son muchos y muy variados, desarrollando un producto muy atractivo, manejado con cierto piloto automático.
La película funciona tal y como tienen que hacerlo este tipo de productos. Una vez presentados los protagonistas en la primera parte, ahora tenemos que dar rienda suelta a los nuevos, incluido al pequeño vástago de los dos protagonistas. Las escenas en las que un abuelo Drácula tiene que enseñar a su nieto semi-humano a volar y ser vampiro, son de lo mejor de la propuesta.
Solo espero que estas dos películas den la posibilidad a su director, de expandir nuevos universos en el cine. Una buena alternativa a lo que presenta año tras año gente como Pixar o Dreamworks.
Tartakovsky no busca trascender, sino más bien divertir. Algo que siempre ha logrado con sobrada imaginación.