Temblores no llega siquiera a ser una de esas películas malas que es buena. Ron Underwood cumple con las expectativas de cualquier pre-adolescente y da luz a unos gusanos gigantes que van bajo tierra y que tienen una sangre tan naranja que ya los hubiera querido adoptar Verhoeven en sus Starship Troopers.

A pesar de ser una película de 1990, la criatura se ve bastante bien hecha e imponente. No tanto ya sus lenguas serpentiles. Se agradece, y mucho, que se nos muestre a las criaturas en diversas ocasiones y a plena luz del sol. Podemos mencionar trillones de películas que ocurren en plena oscuridad y que sólo transmiten el mensaje al espectador de "nuestra criatura es feísima y se nota a la legua que no es real, así que te la oculto para que no te rías de mí".

Entre sus encantos reside un Kevin Bacon jovencísimo con un montón de experiencia todavía por ganar, acompañado de un Fred Ward más maduro pero también gracioso. Por sí mismos no acaban de funcionar, pero como pareja aprueban. Añadid a todo esto una secundaria que se aleja mucho del estereotipo de actriz reclamo por su físico y unos habitantes del poblado cargados de carisma mucho más allá de suponer carnaza para estos gusanos. Si bien al principio la película empieza con un desarrollo normal acaba convirtiéndose en una sensacional muestra de sentido del humor. La última parte acaba directamente casi siendo cine familiar.

Temblores es una película difícil de catalogar, rara y orgullosa de serlo. Es, por decirlo de alguna manera, la película de monstruos que podrías ponerle a alguien a quien no le gustan las películas de monstruos.