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Voto de davilochi:
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Comedia
Dos hombres se arrojan al mar al mismo tiempo. El primero (Luigi Almirante) es un pobre de solemnidad, que se ata una piedra al tobillo buscando una muerte rápida. El segundo, el millonario Gold (Vittorio De Sica) se lanza al agua desde su yate, aburrido del dinero y de la hipocresía de sus invitados. El millonario salva al pobre e intercambian sus ropas. Asegura que daría un millón con tal de encontrar a alguien que fuera capaz de un ... [+]
9 de diciembre de 2012
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Viendo esta película no resulta difícil entender por qué Mario Camerini (1895-1981) fue acusado por los hijos de Mussolini, Vittorio y Bruno, como anti-fascista y anti-italiano. Y es que, a pesar de que el director se sirve de la argucia de la contextualización para no hacer referencia explícita a la situación socio-económica existente en Italia, lo cierto es que resulta evidente para el espectador mínimamente perspicaz la lectura política del film. Salta a la vista que el objetivo de Camerini es que el espectador italiano conecte la película con el mundo que le rodea, de hecho, no por nada decide no irse muy lejos en la ambientación al situar la película al sureste de Francia, en la Costa Azul, por tanto, junto a la frontera italiana occidental. Simbólicamente es como si la película se hubiera grabado fuera para poder ser presentada dentro.
Así pues, saltan a la vista diversos elementos de interés. En primer lugar, el hecho de que buena parte de la película se desarrolle en un circo nos pone frente al particular análisis que Camerini hace del fascismo como gran mascarada. De hecho, su comedia hiperbólica –como toda comedia que se precie– trata de poner de manifiesto los gestos y la retórica del régimen, de tal manera que el circo en cuestión se identificaría con éste: todo parece estar organizado por ese particular Duce, el gerente del espectáculo, el Cavalier –el título deja poco lugar a la duda–, que irrumpe en la cotidianeidad de esa localidad costera y con sus presuntas buenas acciones –movido por su propio interés, claro– iguala a los ricos con los pobres al colmar a estos últimos de lujos y atenciones.
De hecho, al publicitar Blim la historia de Gold –“oro”, aquello que mueve a los hombres, el ansia de riquezas y gloria, un factor disruptivo–, el misterioso millonario, se produce una situación inaudita, como es la de una pequeña-mediana burguesía codiciosa en movimiento para tratar de convertirse en la beneficiaria de la promesa del joven desencantado. Todos buscan al millonario que ha suplantado a Blim para hacerlo beneficiario de sus favores a la espera de ser los elegidos para recibir el millón de francos. Y no es casual que Camerini se cebe particularmente con la hipocresía de esta clase social, que fue precisamente la principal base de apoyo de la dictadura fascista. En este sentido, la utopía temporalizada del fascismo que buscaría la consecución de la verdadera igualdad social en torno al nacionalismo, es decir, la condición nacional de los individuos, se observa como algo vacuo e inalcanzable, vedado por la pervivencia del statu quo anterior al Ventennio. Así pues, lo que el director está planteando es, entre otras cosas, una crítica a una burguesía (obsérvense, precisamente, los encontronazos con la nobleza, algo que se ve bien en la confusión existente con la figura del vizconde, confundido en tres ocasiones con un pobre) que abraza el fascismo y, a través de éste, adula al pueblo italiano con la promesa de un nuevo orden encarnado en todo tipo de instituciones que, sin embargo, perpetúan las jerarquías y la verticalidad de la sociedad.
Así pues, saltan a la vista diversos elementos de interés. En primer lugar, el hecho de que buena parte de la película se desarrolle en un circo nos pone frente al particular análisis que Camerini hace del fascismo como gran mascarada. De hecho, su comedia hiperbólica –como toda comedia que se precie– trata de poner de manifiesto los gestos y la retórica del régimen, de tal manera que el circo en cuestión se identificaría con éste: todo parece estar organizado por ese particular Duce, el gerente del espectáculo, el Cavalier –el título deja poco lugar a la duda–, que irrumpe en la cotidianeidad de esa localidad costera y con sus presuntas buenas acciones –movido por su propio interés, claro– iguala a los ricos con los pobres al colmar a estos últimos de lujos y atenciones.
De hecho, al publicitar Blim la historia de Gold –“oro”, aquello que mueve a los hombres, el ansia de riquezas y gloria, un factor disruptivo–, el misterioso millonario, se produce una situación inaudita, como es la de una pequeña-mediana burguesía codiciosa en movimiento para tratar de convertirse en la beneficiaria de la promesa del joven desencantado. Todos buscan al millonario que ha suplantado a Blim para hacerlo beneficiario de sus favores a la espera de ser los elegidos para recibir el millón de francos. Y no es casual que Camerini se cebe particularmente con la hipocresía de esta clase social, que fue precisamente la principal base de apoyo de la dictadura fascista. En este sentido, la utopía temporalizada del fascismo que buscaría la consecución de la verdadera igualdad social en torno al nacionalismo, es decir, la condición nacional de los individuos, se observa como algo vacuo e inalcanzable, vedado por la pervivencia del statu quo anterior al Ventennio. Así pues, lo que el director está planteando es, entre otras cosas, una crítica a una burguesía (obsérvense, precisamente, los encontronazos con la nobleza, algo que se ve bien en la confusión existente con la figura del vizconde, confundido en tres ocasiones con un pobre) que abraza el fascismo y, a través de éste, adula al pueblo italiano con la promesa de un nuevo orden encarnado en todo tipo de instituciones que, sin embargo, perpetúan las jerarquías y la verticalidad de la sociedad.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
No menos importante es la figura de Anna, más allá del romance que sirve como uno de los ejes narrativos del film que contribuye a diluir un poco la atención de las cuestiones más delicadas. Jacqueline Reich y Pietro Garofalo plantean que «en su tratamiento de la feminidad, la película parece igualar a la mujer con el espectáculo y, como hemos visto, el espectáculo con la confusión, la hipocresía y la decepción». Por mi parte, no creo que el análisis sea acertado, pues lo que se está poniendo de manifiesto es la explotación y sacrificio de la mujer a manos del fascismo, que la observa como la garantía de la continuidad de la raza y, por tanto, la trata como tal: objeto sexual y aparato reproductor, a pesar de que se niegue, como ocurre en el caso de Anna al ser exhibida en el sorteo del circo. En este sentido, el film de Camerini es fatalista: la mujer no tiene elección, pero tampoco el hombre, pues aparecen adscritos a su condición individual –y, a través de ella, colectiva–, que los condiciona por completo. De hecho, el papel de Gold –un joven Vittorio De Sica– no es para nada inocente, ya que no es más que un millonario que, más allá de su crisis espiritual, no deja de ser un joven frívolo que se divierte con todas las situaciones a que da lugar y cree que, por su misma condición, tiene derecho a subvertir el orden cuando le convenga. Al final, la única salida es la huida de la miseria de la realidad, de la cual Gold escapa junto a Anna después de haber tomado contacto con el mundo en que vive.
Camerini no escatima a la hora de presentar al espectador las miserias del régimen, esas mismas que éste podía observar en las calles de las ciudades italianas día a día: el impacto real de la crisis económica de los años 30, a pesar de los cacareados éxitos de la autarquía (se habla directamente de “crisis financiera”) y, además, el fracaso de la revolución moral emprendida por el fascismo, que buscaría trascender por encima del materialismo del capitalismo y el socialismo. De hecho, las imágenes de caos se suceden a lo largo de la película, señalando alguno de los efectos del nuevo orden sobre la sociedad italiana. Después de todo, al final son los desheredados los que parecen manifestar una mayor capacidad de organización y unas formas de solidaridad y horizontalidad reales, algo que se observa al verlos colaborar para que alguno se haga con el prometido millón de francos. Al final, da la impresión de que hay ahí una clara referencia a las clases trabajadoras.
Los circos llegan y se van, y esa es una de las imágenes que el director parece presentar del fascismo: un circo ambulante que igual que vino se irá, al menos por lo que al aspecto externo se refiere. Sin embargo, también se pone de manifiesto que ese circo, ese fascismo, vive dentro de la sociedad y determinadas formas de organización de ésta.
Camerini no escatima a la hora de presentar al espectador las miserias del régimen, esas mismas que éste podía observar en las calles de las ciudades italianas día a día: el impacto real de la crisis económica de los años 30, a pesar de los cacareados éxitos de la autarquía (se habla directamente de “crisis financiera”) y, además, el fracaso de la revolución moral emprendida por el fascismo, que buscaría trascender por encima del materialismo del capitalismo y el socialismo. De hecho, las imágenes de caos se suceden a lo largo de la película, señalando alguno de los efectos del nuevo orden sobre la sociedad italiana. Después de todo, al final son los desheredados los que parecen manifestar una mayor capacidad de organización y unas formas de solidaridad y horizontalidad reales, algo que se observa al verlos colaborar para que alguno se haga con el prometido millón de francos. Al final, da la impresión de que hay ahí una clara referencia a las clases trabajadoras.
Los circos llegan y se van, y esa es una de las imágenes que el director parece presentar del fascismo: un circo ambulante que igual que vino se irá, al menos por lo que al aspecto externo se refiere. Sin embargo, también se pone de manifiesto que ese circo, ese fascismo, vive dentro de la sociedad y determinadas formas de organización de ésta.