Las últimas películas que recuerdo haber visto del gran Jean Becker, desde "La fortuna de vivir" hasta "Mis tardes con Margueritte", pasando por ésta, tienen lazos y nexos comunes: su gran humanidad. Hablan de los íntimos sentimientos que cobijan los seres humanos y en las consecuencias que estos sentimientos alcanzan y consiguen cuando se funden entre distintas personas, siendo indiferente su origen, su condición y su procedencia... unos son ricos, otros pobres, otros simples, otros complejos, otros cultos y otros poco instruidos... al fin y al cabo... ¿qué más da..? Todos somos hijos de este mundo... pero esa miscelánea humana, que "a priori" puede parecer contradictoria en esos seres tan aparentemente desiguales, acaba interactuando de tal que forma que "Del Jardín" y "Del Pincel" se complementan, se arropan, se entienden, y sobre todo y ante todo... aprenden el uno del otro... aprenden aquello que han desconocido en su vida y que ahora por un simple capricho del destino conocen... el pintor aprende a extraer la belleza de lo más simple y cotidiano que ha aprendido de su jardinero como una navaja, unas botas de agua, una soga... y es que su jardinero entiende que la felicidad se alberga en lo sencillo, en lo mundano, en lo que está a su alcance... y en realizar todos y cada uno de los días de su vida, esos actos generosos y desprendidos con un amor bondadoso y desinteresado que nace de la infinita ingenuidad de su alma, sin importarle si tiene más o tiene menos, porque a "Del Jardín" sólo le preocupa tener lo suficiente.