Y piensas tú, al leer esta crítica: "eso será que Boris cumple años en la cinta y se ve la celebración". Pobre ingenuo, tú no conoces aún a Boris.

Boris supera todo eso, porque para empezar es un genio rodeado de gusanos. Un pesimista nato protegido bajo la excusa de saber más que nadie, de entender mejor el mundo que nadie. Y vale, quizás no sea cierto, pero también hay que reconocer que el hecho de que piense que sí lo hace le hace enfrentarse a la vida con un poco más despreocupada. Aunque también es neurótico... que no pega mucho con lo de despreocupado. Bueno, él es así, no le toquéis las narices y con suerte no os golpeará con su vara de la sabiduría.

La nueva comedia de Allen resulta graciosa, aunque moderadamente, y recuerda a anteriores trabajos suyos, a veces por guiños y otras simplemente por el tono general de la obra, pero no alcanza su nivel del todo, aunque tampoco le hace falta. Tenemos una comedia con los ingredientes necesarios para pasar un buen rato y quizás replantearte unas cuantas cosillas de este mundo loco en el que vivimos, en compañía de un protagonista tan entrañable como irritante. Él, en su neuroticismo, es la única persona con un inquebrantable pensamiento... la mayor parte del tiempo. Pero la mayor parte del tiempo ya es más de lo que pueden decir otros.