El debut de John Carroll Lynch no podría haberle salido mejor con una obra sincera, intimista, reflexiva, cómica, transparente, lúcida, sin grandes pretensiones pero profundamente honesta y en donde Harry Dean Stanton y la propia vida hubieran estado esperando el momento justo para que en su punto y final su nombre brille para la eternidad con luz propia.

Pocas veces en tan pocos minutos una película podría haber contado tanto como una vida entera. Porque puede dar la impresión de que poco o nada ocurre y, en realidad, todo puede estar sucediendo. De ritmo pausado que ayuda a la reflexión, justo como la vida debería ser y nos empeñamos en alejarnos más y más de esto. Tomar conciencia de lo que hemos hecho y lo que nos rodea justo en el momento en que nos damos cuenta de que todo tiene un fin. Lo mucho o lo poco que uno haya podido conseguir en la vida se reducirá justamente y sin excepciones a una única certeza: la nada. Esto mismo la película lo refleja magistralmente en las carnes de Lucky cuando un nuevo sentimiento llama a su puerta: el miedo.

Cualquiera que deje de ver esta película le diré lo mismo que el médico de Lucky le dice a éste: “te hará más mal que bien”. Creo que a todos nos gustaría llegar a la vejez en estas condiciones: de la forma en que llegó Harry y de lo que era capaz de hacer, y con la lucidez y la razón con la que Lucky afronta sus viajes.