Es curioso comprobar como la aceptación de los documentales de Michael Moore llevan una tendencia regresiva en cuanto a la acogida por el gran público en los últimos tiempos. El ser humano suele cansarse tarde o temprano de todo, incluso hasta de los iconos que ellos mismos han creado.

Particularmente ni antes ni ahora he sido un amante de sus películas, aunque debo señalar que he notado algún cambio en ellas. Por lo general Moore antes era mucho más demagógico, no digo que ahora sea un académico con método científico, pero se le nota que ya no busca la manipulación en cada plano como antes. Al mismo tiempo ha perdido mucho sentido del humor, los años no perdonan y está desgastado. ¿Unas vacaciones tal vez?

Y claro, si al público no le llevas por donde espera y encima no le preparas las gracietas de turno no puedes esperar seguir siendo el semidios que eras. ¿Quiere decir que “Capitalismo: Una historia de amor” es peor que sus primeros trabajos? Pues no, es igual de mediocre pero mucho más honesto y sincero aunque también más aburrido. Y una cosa más Moore, te sigues liando con cosas básicas, una cosa es el sistema económico y otra el régimen político. Al capitalismo no le puede sustituir la democracia porque se mueven en planos distintos por muy interconectados que estén. A estas alturas estos dislates sobran.

Estoy en contra de las opiniones vertidas en muchos ámbitos contra Moore. Están intentando hundirle. Personalmente me cae bien, aunque cinematográficamente deje mucho que desear, creo que es un socialdemócrata católico que admira el modelo europeo y que busca ante todo una sociedad americana más equilibrada donde no paguen el pato siempre los mismos. Pero eso no es comunismo, ni mucho menos.