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Voto de Manuel:
8
7,7
55.353
Drama. Comedia
Rafael dedica 24 horas al día a su restaurante, está divorciado, ve muy poco a su hija, no tiene amigos y elude comprometerse con su novia. Además, desde hace mucho tiempo no visita a su madre, internada en un geriátrico porque sufre el mal de Alzheimer. Una serie de acontecimientos inesperados le obligan a replantearse su vida. Entre ellos, la intención que tiene su padre de cumplir el viejo sueño de su madre: casarse por la Iglesia. (FILMAFFINITY) [+]
25 de julio de 2018
2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
¿Drama con pinceladas cómicas? ¿Comedia con ribetes dramáticos? Dejando a un lado encuadramientos de género, El hijo de la novia es, sobre cualquier otra consideración, cine clásico, cine grande, cine hecho con el corazón, puro extracto de vida.
Y es cine clásico porque explota sabiamente las convenciones de género en cada una de sus facetas: por ejemplo, esa música de violines agudos que te sitúa al borde del llanto en los momentos más duros se contrapuntea con diálogos chispeantes e ingeniosísimos en los pasajes más divertidos; y todo ello, en un devenir de la trama que te lleva imperceptiblemente de la sonrisa a la lágrima en cada voluta en que se despliega la historia, no por cotidiana y sencilla, menos atractiva o imaginativa en su planteamiento.
Punto y aparte merecen las interpretaciones. Ricardo Darín y Héctor Alterio, hijo y padre, las bordan, sin fisuras ni altibajos, pero la que realmente toca lo súblime es la gran dama, Norma Aleandro. Su personaje, que daba pie para un muestrario de muecas y desvaríos gestuales tan al uso en películas de otro corte, queda ceñido y controlado para mostrar, puramente, el vacío y el desvalimiento que una enfermedad tan devastadora como el Alzheimer puede llegar a generar; me cuesta trabajo recordar alguna interpretación de ese nivel dentro de esa tipología de personajes. Tampoco se puede olvidar la presencia, fresca y gratificante, de una Natalia Verbeke que proporciona una agradable sorpresa, mejorando ampliamente su un tanto plana interpretación de Nadie conoce a nadie; o el tierno y afable personaje al que da vida Eduardo Blanco, imprimiendo siempre a su condición de redentor la dimensión precisa. En cuanto al resto del elenco de secundarios, quizá no quepa hacerles mayor elogio que el de reseñar que rayan a idéntico nivel que los protagonistas (es decir, altísimo).
[Continúa en Zona spoiler].-
En definitiva, una muestra más (y cuán brillante) de la actual pujanza del cine argentino, una cuestión de talante y talento, y una demostración de que, cuando este segundo corre a raudales, otras consideraciones (como las económicas) bien pueden pasar a un segundo plano.
* Este texto data en origen del 11 de febrero de 2002, y, hasta donde la memoria me alcanza, no fue publicado.
Y es cine clásico porque explota sabiamente las convenciones de género en cada una de sus facetas: por ejemplo, esa música de violines agudos que te sitúa al borde del llanto en los momentos más duros se contrapuntea con diálogos chispeantes e ingeniosísimos en los pasajes más divertidos; y todo ello, en un devenir de la trama que te lleva imperceptiblemente de la sonrisa a la lágrima en cada voluta en que se despliega la historia, no por cotidiana y sencilla, menos atractiva o imaginativa en su planteamiento.
Punto y aparte merecen las interpretaciones. Ricardo Darín y Héctor Alterio, hijo y padre, las bordan, sin fisuras ni altibajos, pero la que realmente toca lo súblime es la gran dama, Norma Aleandro. Su personaje, que daba pie para un muestrario de muecas y desvaríos gestuales tan al uso en películas de otro corte, queda ceñido y controlado para mostrar, puramente, el vacío y el desvalimiento que una enfermedad tan devastadora como el Alzheimer puede llegar a generar; me cuesta trabajo recordar alguna interpretación de ese nivel dentro de esa tipología de personajes. Tampoco se puede olvidar la presencia, fresca y gratificante, de una Natalia Verbeke que proporciona una agradable sorpresa, mejorando ampliamente su un tanto plana interpretación de Nadie conoce a nadie; o el tierno y afable personaje al que da vida Eduardo Blanco, imprimiendo siempre a su condición de redentor la dimensión precisa. En cuanto al resto del elenco de secundarios, quizá no quepa hacerles mayor elogio que el de reseñar que rayan a idéntico nivel que los protagonistas (es decir, altísimo).
[Continúa en Zona spoiler].-
En definitiva, una muestra más (y cuán brillante) de la actual pujanza del cine argentino, una cuestión de talante y talento, y una demostración de que, cuando este segundo corre a raudales, otras consideraciones (como las económicas) bien pueden pasar a un segundo plano.
* Este texto data en origen del 11 de febrero de 2002, y, hasta donde la memoria me alcanza, no fue publicado.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Una película de este tenor está, necesariamente, trufada de escenas de gran intensidad, pero si he de resaltar alguna es la del “reencuentro” entre madre e hijo, punto de inflexión tanto en el desarrollo de la historia como en la decantación del personaje protagonista hacia su definitivo cambio de rumbo personal: pone los pelos de punta. Tampoco olvidaré el diálogo entre el protagonista y el sacerdote (divertidísimo) o el final, una resolución precisa y preciosa, que abarca todas las dimensiones humanas desplegadas en el metraje anterior, y, además, pone al “pastel” una guinda que no desmerece en lo más mínimo a sus deliciosos sabores.
[Vuelve a la crítica originaria].-
[Vuelve a la crítica originaria].-