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España España · Premià de Mar
Voto de Martí:
8
Aventuras. Drama Tras un naufragio en medio del océano Pacífico, el joven hindú Pi, hijo de un guarda de zoo que viajaba de la India a Canadá, se encuentra en un bote salvavidas con un único superviviente, un tigre de bengala con quien labrará una emocionante, increíble e inesperada relación. (FILMAFFINITY)
6 de diciembre de 2012
25 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Determinadas imágenes iniciales que en un primer momento me parecieron tópicas e insustanciales son las que acuden a mí memoria con dulzura cuando pienso ahora en La vida de Pi. Y es que estas tienen una belleza inmaterial tan solo apreciable cuando se comprende, al finalizar el metraje, su verdadero significado. Son esas mismas imágenes que en un primer momento acepté como una concesión molesta y chirriante las que me hicieron derramar lágrimas cuando volvieron a mí mente cargadas de significado al concluir el filme.

Hay muchos aspectos meritorios en la cuidada dirección que nos ofrece Ang Lee con su último trabajo. Uno de ellos es la suave técnica narrativa con que se desarrolla la aventura, comparable con las mejores narraciones literarias. Me explico. Los escenarios, situaciones y personajes (el que sean animales solo añade aun más mérito al trabajo) son presentados de forma poética y elegante gracias a una puesta en escena medida con tanta precisión y delicadeza (desde la composición fotográfica de los planos hasta los ágiles pero contenidos movimientos de cámara) que todo parece estar rodeado por un aire literario-fabulesco, como si se pretendiera evidenciar que el origen del relato se encuentra en una novela y respetar así su carácter esencial.

Seguramente, el mérito más evidente de la pieza se encuentra en su condición de película llena de simbolismos, reflexiones y para nada repetitiva cuyo desarrollo se da mayoritariamente en un único escenario y solo con dos personajes (repetimos, uno de ellos animal). Pero centrarse en ello sería quedarse en la superficie. Des de mí punto de vista, el mayor mérito se encuentra en la casi inimaginable harmonía con que conviven espectáculo y profundidad en una película de tales dimensiones. Y es que durante los primeros minutos del metraje, uno tiene la sensación de disponerse a ver una buena película de aventuras; y por ello y con la esperanza de pasar un buen rato, se hace la vista gorda ante ciertos aspectos aparentemente tratados con superficialidad. Nada más lejos.

La película avanza y el espectáculo visual (que sigue allí de forma igualmente deslumbrante) va perdiendo fuerza para ceder terreno al desarrollo personal del protagonista. Cada vez estamos más cerca del personaje y finalmente espectáculo y reflexión coinciden en un mismo punto logrando una fantástica complementación: las escenas deslumbrantes ya no impresionan tan solo por su apariencia, sino que contienen una magnífica carga emocional que conduce el relato hacia un profundo y emotivo desenlace. Son muchos los momentos en que Ang Lee nos deslumbra con movimientos de cámara imposibles y secuencias de pura belleza visual, pero ello no solo no le impide llevar a cabo una preciosa reflexión existencialista, sino que una cosa y otra se complementan a la perfección como solo logran las grandes películas de directores como fuera por ejemplo David Lean (salvando, si uno quiere, las distancias).

Siempre es un placer descubrir joyas sencillas a la vez que profundas dirigidas a todo el público sin miedo a la innovación, joyas que dejan al espectador con aquella hermosa sensación agridulce que solo poseen las películas que nunca pasarán de moda.
Martí
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