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Voto de el pastor de la polvorosa:
6
Documental Documental en 3D presentado en el Festival de Toronto 2010. Fue rodado en la cueva francesa de Chauvet, considerada como uno de los mayores tesoros de la humanidad: es una galería de arte natural con más de 400 pinturas rupestres de 32 mil años de antigüedad. (FILMAFFINITY)
19 de mayo de 2013
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Werner Herzog no es un estilista de la imagen ni un cinéfilo: parece, ante todo, un hombre curioso, al que otras cosas le interesan más que el cine, y que utiliza éste como herramienta para acceder a ellas, no como un fin en sí mismo. No parece interesado en producir obras maestras, sino ensayos sobre asuntos que él cree importantes. Como decía Susan Sontag de John Berger: “escribe sobre lo que es importante, y no simplemente interesante”.

Se cuenta que Howard Hawks o John Huston aceptaban rodar películas en África porque ello les permitía ir de caza. En este caso, su condición de cineasta le permite a Herzog entrar en la cueva de Chauvet, vedada al resto de humanos no especialistas en la investigación paleolítica -al igual que, en ocasiones anteriores, le ha permitido visitar la Amazonía, los desiertos de Australia, la Antártida.

(Digo esto con envidia, pero sin ánimo de crítica: reconozco que Herzog me cae simpático.)

Su último viaje se inserta con coherencia en sus inquietudes personales: esto lo prueba el hecho de que haya podido convencer a las autoridades francesas para obtener el permiso de rodar en la cueva … ¡sin ser francés! Herzog se comporta como un nuevo avatar del último romántico que busca en el pasado (o en los márgenes) una verdad olvidada por nuestra civilización.

No obstante, esta película resulta menos lograda (salvo en momentos aislados como el epílogo), que otras anteriores suyas. Los personajes recolectados por el cineasta en su trayecto en torno a la cueva, en su nueva exploración de la frontera entre lo sublime y lo grotesco, no terminan de enriquecer el conjunto, sólo muestran la insalvable distancia que nos separa de los misteriosos seres que dejaron sus pinturas en la roca hace 30.000 años. Resulta quizá innecesario, y desde luego aumenta esa brecha, el recurso al coro new age de voces blancas, a los latidos del corazón en el silencio de la cueva.

Al margen de reparos o decepciones está el valor documental, en su sentido más estricto, de la película, que nos enfrenta a estas pinturas asombrosas utilizando la tecnología digital para transmitir su realidad tridimensional. La modesta ceremonia de ver a través de unas gafas funciona así como una especie de rito sustitutivo de la imposible visita de la caverna: un logro de nuestra civilización tan avanzada en lo virtual.

El problema es que el documental que envuelve a los pasajes de contemplación de las pinturas no consigue, salvo chispazos puntuales, iluminar o alterar nuestra percepción de ellas: algo que sí logra, por ejemplo, un breve texto de John Berger sobre Chauvet (en El tamaño de una bolsa, editado en España por Taurus), en el que relata su relación con las vacas de un amigo, a las que guía ocasionalmente de vuelta a su establo a través de un camino embarrado en las montañas de Saboya.

La propia estructura un tanto dispersa e improvisatoria de la película nos aleja de la unidad intuida una tarde por Berger (convertido en pastor, como yo, tras su llegada a Francia): cuando el mundo, según sus palabras, aparece tan compacto como un acróbata sobre la cuerda floja… ¿quizá el antiguo artista de circo que aparece en la película transmutado en científico, y que tuvo que hacer una pausa en sus visitas de investigación a la cueva porque todas las noches soñaba con leones?

Cuando la proyección termina, cuando la cueva se cierra al final de la temporada de estudio, “los animales en la roca vuelven a la oscuridad de la que proceden, y en la que habitaron durante tanto tiempo. No tenemos palabras para esta oscuridad. No es la noche, y no es la ignorancia. De vez en cuando, también nosotros cruzamos esta oscuridad, viéndolo todo: tanto todo que no podemos distinguir nada. Tú lo sabes, Marisa, mejor que yo. Es el interior del que todo procede.” (John Berger)
el pastor de la polvorosa
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