Ingmar Bergman fue un genio. Sé que ustedes ya lo saben, pero no hay mejor introducción que el talento natural del maestro sueco. En una escena de los 400 golpes, Antoine Doinel roba la foto de una provocativa y hermosa jovencita: Harriet Andersson, en una escena de “Un verano con Mónica”(1953) Sentada sobre un bote con unos pantaloncillos colorados, y un suéter arremangado cuyos botones desabrochados exhiben su divina juventud, Mónica nos enseña la lección de nuestra existencia: La vida es una perra que ladra y muerde. Un hombre y una mujer se enamoran, y el desastre comienza: Sus ojos desafían la naturaleza del cine: Nos observan observándolos: somos testigos de su esclavizadora pasión, su deseo autodestructivo, el fracaso del amor utópico, y un fundido en negro que lo envuelve todo…. Y esa escena del desnudo que derrama realidad, dejo el cine y estoy en una isla del tiempo donde todavía no nos expulsan del Edén. Mágica escena.