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España España · Málaga
Voto de Nuño:
9
Drama Suecia, mediados del siglo XIV. La Peste Negra asola Europa. Tras diez años de inútiles combates en las Cruzadas, el caballero sueco Antonius Blovk y su leal escudero regresan de Tierra Santa. Blovk es un hombre atormentado y lleno de dudas. En el camino se encuentra con la Muerte que lo reclama. Entonces él le propone jugar una partida de ajedrez, con la esperanza de obtener de Ella respuestas a las grandes cuestiones de la vida: la ... [+]
21 de diciembre de 2014
45 de 51 usuarios han encontrado esta crítica útil
Bergman buscó plasmar en 'El séptimo sello' el sentimiento de angustia que experimentaba contemplando murales medievales en los que la peste, las piras, la brujería... parecían dominar el ánimo general de los juglares y flagelantes allí representados; con rostros mortecinos, afligidos y temerosos. Consideró que la predominancia de ese miedo era universal en la historia del hombre, ya fuese referido a un objeto u otro: "En el medievo los hombres vivían en el temor de la peste. Hoy viven en el temor de la bomba atómica (...) 'El séptimo sello' es una alegoría sobre un tema muy sencillo: la muerte como única seguridad".

Albert Målare, pintor medieval, inspira a Bergman con su peculiar mural donde un individuo humano juega ajedrez con un esqueleto. El sueco toma este motivo, oscuramente irónico y horripilante como concepto, y le da cuerpo cinematográfico.

Durante los primeros compases de la película, un artista, pintor, explica sus frescos, deliberadamente oscuros y grotescos; "no quiero crear nada para agradar a la gente". El propio Bergman parece hablar a través de este personaje, en lo que es toda una declaración de intenciones sobre no ya esta película sino sobre su filmografía; intensa y profunda como la que más, pero estricta y poco complaciente.

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La eterna pregunta: ¿por qué de la vida y la muerte; para qué vivir, condenado de antemano a desaparecer algún día?, ¿por qué la noción de 'Dios' nos es tan inherente y no se puede uno desprender de ella?

El director hace de la Muerte un personaje más; desaparece como ese ente mítico y lejano de los cuadros y resurge en el mismo nivel de los personajes: es corpórea, tiene rostro, y manos, camina y tiene aliento. Charla y debate con Antonius sobre el misterio de Dios.

La Muerte, que resulta amenazadora en principio, se va revelando poco a poco un apéndice del propio caballero Antonius; pues ésta es puramente humana. "Tú has de saberlo, ¿qué hay, una vez muerto?", pregunta Antonius. "Yo tampoco sé nada", responde la Muerte, con cierto gesto de tristeza. Es, quizás, el extremo esfuerzo de Bergman por congraciarse con sus demonios: de tener estos una entidad real, física y palpable, de poder preguntarle directamente al señor del ajedrez sobre sus miedos, éste se mostraría tan ignorante, tan perdido, como él. La Muerte, pues, queda humanizada al extremo, extrañamente hermanada con nosotros. No solamente por ser un personaje más de la película, interpretada por un actor, sino por no trascender su mero papel de intermediaria entre el mundo humano y...

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Antonius observa a una bruja trastornada que, aseguran, tiene contacto con seres superiores. Le pregunta qué sabe, buscando con anhelo lucidez incluso en boca de una bruja desquiciada. Ella afirma llevar al Diablo dentro. Antonius se muestra decepcionado, pues esa no es respuesta que calme su ánimo: si no existe Dios, tampoco existe el Diablo. La bruja arde en la hoguera, no sin antes mirar con temor a su alrededor; cual Cristo en la cruz.

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Antonius comparte un picnic con una joven pareja. La situación es esplendorosa, jovial, luminosa... "guardaré este recuerdo como un cuenco lleno entre mis manos". No obstante, mientras alternan y charlan, una calavera en el poste del carruaje les observa. ¿Qué es un recuerdo fugaz, caduco, en la misma fugacidad del hombre?

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Bergman, quien mantuvo romances y affaires con numerosas mujeres a lo largo de su vida, habla también del amor en 'El séptimo sello'. "Amor es sólo es una palabra bonita", dice el escudero al marido abandonado por su mujer. "Duele igualmente, también es verdad", responde el segundo, afligido. "De amor no se muere", sentencia nuevamente el escudero.

Es cierto, y bien lo sabe Bergman, que quizás el amor, el acto carnal, sea uno de los escasos remedos de (figurada) inmortalidad a los que puede aspirar el hombre durante su existencia. La compañía de una mujer, y esa extraña capacidad de fortaleza que nos insufla; paradójica, pues no nos exime de tener que bregar con los vericuetos de la convivencia y el desgaste de los equívocos matrimoniales.

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Ajenos a ella o atormentados por su causa, retándola o temiéndola; la muerte nos alcanza.

Y una familia feliz, que encarna el Paraíso, observa como todos se van. El marido, juglar, tiene visiones, y puede ver los rostros de todos los que van en cabalgata hacia el otro mundo. Siguen siendo humanos, siguen siendo los que eran antes de morir; ve cómo uno toca su laúd, otro porta su espada, otra sonríe al viento... aún "son".

Él le reporta su visión a su amada, y ella contesta "tú y tus visiones". Ella, tan dulcemente ajena a todo y tan vital como el propio Bergman querría ser, es la persona que zanja la cuestión metafísica que vertebra toda esta película tan injustamente tildada de pesimista y oscura. "La mayoría de las personas no piensan en la muerte, ni en la nada".

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Tras este final tan esperanzador y tan gratamente engañoso, me permito esbozar una conclusión con la que, espero, el propio Bergman podría haber estado de acuerdo.

Quizás el objeto en el que centrarnos no sea que la Vida nos lleva a la Nada, sino que es la Vida, ya desde el momento en que respiramos por primera vez, nuestro triunfo total sobre la Nada.

Gracias.
Nuño
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