El mensaje de Grupo 7 no termina de quedarme claro: es una película entretenida, con dosis de acción correctamente presentadas pero inacabada en las reflexiones que se escapan de lo estrictamente violento que se nos presenta. Así como el personaje ("regularmente") interpretado por Mario Casas (este chico tiene que aprender a vocalizar) sufre una metamorfósis, en la línea argumental del film, muy poco creíble, otros personajes que no aparecen en pantalla pero cuya anterior existencia (hablamos de un tal Pablo) marcan la vida de los presentes se olvidan en el papel sin ser descubiertos del todo.

Grupo 7 es un retrato sucio, agresivo y desagradable de muchos pecados de la sociedad. Pecados que se esconden bajo la alfombra y no se solucionan desde la raíz, alejando el germen de donde nos interesa pero dejándolo vivo, lleno de odio e incluso empeorando en su nueva situación. Como se hizo con el problema de la droga, la pobreza y la marginación en Sevilla en esa EXPO92.

Más allá de las mencionados cabos sueltos de la película, puede decirse a su favor el increíble trabajo "estético" (con unas localizaciones que son exactamente iguales a las de 1992 en el centro de Sevilla) y uno de los mensajes que sí pueden entenderse claramente: ese "el fin justifica los medios" de determinadas acciones policiales.

Una reflexión tal vez más actual de lo que pensemos.