... estarás ardiendo en el infierno de la culpa, el miedo y la rabia. Porque muerto ya estás. Te fuiste deslizando, pendiente abajo, hasta el fondo del pozo de la desesperación. O caíste al final del precipicio y fuiste demasiado cobarde para volver a intentar subir. O habías llegado demasiado lejos para regresar a ninguna parte.

Puedes llamarlo "mala suerte" o "negra fortuna" pero ya eres un muerto en pie, buscando un lugar donde dejarte caer. Y descansar. Nada más. El diablo repartió tus cartas y te dio una escalera negra que perdía todas las partidas, y te mandaba derechito al infierno.

Y lo malo, lo peor, es que arrastraste a todos a tu paso. Buscando una salida, un préstamo, una oportunidad o una mano favorable te jugaste todo lo que tenías, incluso tu familia. Lo que más querías. Los que te querían. Tu única esperanza. Y perdiste. Y a ellos. Y los arruinaste. Porque ya deberías saber que no hay esperanza cuando el demonio enreda, y todo lo que intentes se volverá contra tí.

Puede que, al fin y al cabo, lo tuvieras merecido. Que fueras tú el que disparó la pistola que tu mismo te pusiste en la cabeza. Tal vez, pero ya no importa. Estás maldito y condenado. Es la hora de morir, Philip, Ethan y el diablo lo sabe. Y papá también.

Sidney Lumet parecía enterrado en el olvido cuando hizo esta película. Pero no estaba muerto, y lo demostró dirigiendo una historia terrible de fatalidad y angustia. La crónica de una tragedia anunciada y filmada sin piedad, como aquellos doce hombres inolvidables. Tan estremecedora, pavorosa y magnífica como puedas soportar. Ahora sí se ha muerto. Pero debe andar por algún paraíso de directores inmortales viendo películas y carcajeándose. Y el diablo sin enterarse...