No estamos ante nada novedoso, pues ya lo hizo Jack Arnold en 1965 con su Increíble hombre menguante o más recientemente en 2010 Rob Letterman con Los Viajes de Gulliver en la que Jack Black aparecía en su reparto.
En Una Vida a lo grande el sueño es vivir en Ociolandia no si antes pasar por la terapia de reducción.
Los problemas de superpoblación en el mundo provoca que los científicos hayan estado investigando en su solución y han descubierto un sistema por el que pueden reducir todo, incluso la especie humana.
Paul y Audrey son un matrimonio feliz, pero los problemas económicos les acucian, así que toman la decisión de entrar en el programa de reducción para poder vivir con más desahogo.
Paul, pronto se dará cuenta de que tal vez no ha sido la mejor decisión ya que su mujer en el último instante no lo tiene claro.
En la película aparecen los conflictos que se crean entre la gente normal y la minúscula en las cuestiones de votación para el gobierno o los derechos que deberían regir para unos u otros.
A pesar de que empieza con una idea interesante y sugestiva, poco a poco vamos viendo que transcurre de una forma monótona y en la que no ocurre nada que enriquezca al contenido.
Con lo cual las dos horas largas de duración se antojan eternas.