Creo que estamos dejando que el pasado caiga en el pozo del olvido. Poco a poco, estamos sepultando la fantasía y la ilusión, bajo envoltorios cargados de impersonalidad y banalidades. Olvidamos que un día quisimos soñar, y nos convertimos en simples devoradores de entretenimiento. Ya no queremos la magia, pues sabemos que tras el gran juego que antes nos hipnotizaba, existen artimañas que solo buscan engañarnos. Estamos más preocupados por la mentira que por el simple e inocente embelesamiento de lo desconocido.

Yo procuro mantener el pasado a resguardo en el cajón de mis recuerdos. Entre todos ellos, hay una imagen que siempre me fascina. Ese día en que mis padres, decidieron que ya era lo bastante mayor como para meterme en un cuarto lleno de asientos, con gente que ingería palomitas en cantidades ingentes, mientras miraban una pantalla en blanco, esperando no sabía el qué. De repente, las luces de la sala se apagaron, y lo que antes era un simple trozo de sábana blanca, ahora era una ventana a un universo totalmente nuevo. Desde ese día, adoro el cine.

Se que no soy el único. Muchos somos los que encontramos en la magia de los fotogramas, el sustrato necesario para alimentar nuestras ansias de soñar, de sentir, de dejarnos embaucar. Porque el CINE, con mayúsculas, tiene muchas cosas. Tiene imágenes cargadas de fuerza que quedan grabadas a fuego en nuestra retina; tiene historias absorbentes que nos llevan de la tierra a la luna, y de la luna van directas a nuestro corazón; tiene diálogos cargados de emoción, o de rabia, o de humor; tiene pentagramas cargados de sentimientos; y sobre todo, tiene el trabajo de millones de personas que buscan abrir nuestros ojos de par en par e iluminarlos con la llama de la fascinación.

Martin Scorsese, es un amante del CINE; un cinéfilo de tomo y lomo que conoce todos los entresijos de esa maravillosa fábrica de sueños que es el séptimo arte. Y en "La invención de Hugo", su enésima obra maestra, decide dejar de lado su estilo oscuro y callejero, para demostrarnos que sabe arriesgarse. Que su dominio de un lenguaje creado para hacer volar la imaginación es magistral. Y con ese talento innegable que inunda la pantalla en todas sus películas, nos regala una historia cargada de imágenes de gran poderío visual, que envuelven una historia soberbia sobre la importancia de no olvidar aquello que nos hace soñar. Empleando las técnicas modernas, su fotografía de una época del pasado donde la inocencia empezaba a perderse, resulta maravillosa y emocionante.

Porque siempre ha existido gente que nos ha hecho volar: desde Cervantes a Julio Verne; desde los hermanos Lumière a los hermanos Cohen; y como no, desde Geroge Méliès hasta Martin Scorsese. Por todo ello, Martin, gracias por volver a llenar mi vaso de la imaginación con el material del que se hacen los sueños. Espero volver a vernos pronto en una butaca, tú haciéndome feliz, y yo, agradeciéndotelo siempre. ¡¡¡Qué grande es el CINE!!!