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España España · madrid
Voto de wright:
10
Drama Eddie Felson (Newman) es un joven arrogante y amoral que frecuenta con éxito las salas de billar. Decidido a ser proclamado el mejor, busca al Gordo de Minnesota (Gleason), un legendario campeón de billar. Cuando, por fin, consigue enfrentarse con él, su falta de seguridad le hace fracasar. El amor de una solitaria mujer (Laurie) podría ayudarlo a abandonar esa clase de vida, pero Eddie no descansará hasta vencer al campeón sin ... [+]
28 de mayo de 2009
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tal vez haber sido boxeador hizo que Robert Rossen fuese un director de cine con madera de pugilista fracasado o movía la cámara como si alojase un derechazo en el aire o tratase de noquear al rival con un buen directo a la tripa. También fue comunista. Así que tenemos un ex-boxeador y un comunista que desentonaba en el Hollywood del glamour, de Cole Porter y de los trajes de fiesta en salones alfombrados de swing y de champán. Luego fue llamado por la HUAC, el Comité de Actividades Antiamericanas.

Un director conjurado a retratar mundos subterráneos, júbilos marginales y vidas embocadas al desastre tenía que ser un tipo peligroso. Además En cuerpo y alma y El político no eran especialmente dulces: las dos vienen a contar que el mundo es, por naturaleza, trágico y que conforme uno escalafona en la toma de responsabilidades en él más va abandonando la ética y más se escora a la corrupción y al desasimiento de los nobles ideales que marcaron su idilio con el futuro y con todo lo bueno y bonito que tiene la vida. Rossen bajaba al ring o a los despachos comidos de nicotina y de mobiliario deprimente de los partidos políticos para escriturar su decepción. Los palos que nos llevamos en la vida no se escriben: se escrituran. Se llama a un notario que dé fe de nuestra desolación y se guarda el testimonio en una caja de caudales para que alguien, treinta años después, compruebe lo encabronados que estuvimos o lo poco felices que fueron nuestros días en la tierra. Rossen filmaba con mala leche para que las generaciones venideras asistieran, impávidas, entre la tristeza y la admiración, a su guignol gris, a su estampa costumbrista de la América profunda ésa de la que hablan todos los directores americanos en algún momento de su filmografía. La de Rossen es una América de boxeadores y jugadores de billar, de políticos con grandes bolsillos y ética desmontable.
El compromiso político le hizo dejar los Estados Unidos, una vez que se negara a dar los nombres de los compañeros de juergas ideológicas. No habló de John Garfield, con el que le unía el calzón corto y los guantes y también la arena de las palabras, ese farragoso terreno en el que los que detentan el poder no quieren entrar por temor de perderlo. El político pierde la inocencia en su recorrido laboral: Starks, un estupendo Broderick Crawford, termina corrompido, desencantado, hospedado en el mismo cuartel de vicios y de pecados que él mismo criticaba a pie de un carromato, carente de la oratoria con la que engañará en el futuro pero investido de sinceridad y de poder de convocatoria. McCarthy le hizo las maletas. Grabó en Italia, España, México y hasta las islas Barbados. El regreso a su país (1.961) fue apoteósico. Volvió a hurgar en las mismas heridas. El buscavidas es una obra maestra absoluta. Una de las mejores películas de la Historia del Cine. Sin paliativos. ¿Qué hay dentro de esta película? Honor quizá. Vida a secas. El campo de batalla de antaño metamorfoseado en un simulacro moderno.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
wright
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