Vamos a ubicarnos por un instante en la excentricidad de la persona Luis Buñuel. Nacido en una familia burguesa, inicio su educación artística siendo aun joven, si me preguntan, la edad propicia y de máxima procreación, en donde las ideas en realidad echan raíces o mejor en donde las ideas se convierten en propósitos. Cosecho éxitos donde otros artistas solo han conseguido sátiras, en ese movedizo mundo onírico en donde toda, literalmente toda manifestación, camino o juicio se debe enteramente al genio. Sin mas, Archibaldo, seno de una familia burguesa entrega su niñez a los cuidados de una institutriz que velara por la educación y formación del pequeño. Esa mágica relación gira en torno a un contexto bélico que no se contenta con solo servir de papel o cuadro, de golpe la fuerza de ese contexto espontaneo elegido a pulso irrumpe en la película tras romper el cristal de una ventana adquiriendo forma de bala. Archibaldo ve morir su institutriz con cara y gestos de satisfacción, después de recibir un regalo mágico. En esta y las cuestiones morales subsiguientes en el film se encuentran espectadores enteramente fascinados, puedo adivinar que concluyen obra de un gran director la sencillez con que lleva a escena temas tan delicados y complejos, la naturalidad con la que mezcla emociones capaces de crear reacciones tan dispares como obra de un hilo invisible y terrible terriblemente sutil. Mientras el excéntrico Buñuel, garante de sus películas consciente de lo que viene saca de su bolsillo piedritas en busca de bostezos o desatenciones, empieza a perder un poco la paciencia, la piedrita se calienta en sus dedos, sale un poco antes de que el juez reproche justo el relato de Archibaldo y lo mande salir por otras obligaciones que merecen mayor atención, que aburrido se devolvió el pobre Buñuel a su casa, ahora en su mente hay otra imagen la de un publico maravillado que apenas parpadeo durante el metraje.