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Voto de Archilupo:
7
5 de diciembre de 2010
22 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
Glenn Gould murió a los 50, en 1981, prematuramente envejecido, dicen que por la adicción a los fármacos. Ya era entonces un artista legendario, desde luego por la aureola excéntrica, pero sobre todo por su genio musical.
Monsaingeon era amigo, y al evocar en “Hereafter” al solitario pianista lo trata bien: le filma en detalle cuando habla expresivo y jovial, con brillantez e inteligencia seductoras, o cuando teclea con lúdico virtuosismo.
Además de Monsaingeon, que ya había realizado varias cintas sobre Gould, evocan al personaje otros cinco admiradores. El documental combina los testimonios con bellos paisajes canadienses, inmensos bosques otoñales que GG atraviesa en su Lincoln negro para recrearse en la idea del Norte como escenario de la paz interior y la amplitud de espíritu, propicias a la inspiración.

Glenn Gould y sus sempiternos guantes de lana…

Tras una breve y exitosa carrera como concertista, en 1964 se retiró, para tocar exclusivamente en estudio, en busca de la interpretación abierta de las obras. Consideraba que en el estudio es posible la probatura, el error, la exploración; que al profundizar en las partituras se da un constante trabajo de creación y recreación, mientras que ante el público, por el contrario, lo que se da es una representación compacta, cerrada, preconcebida.
Sus dos versiones históricas de las “Variaciones Goldberg” (1955/1981) sirven para ilustrar esta contraposición.

Pero lo fascinante de la película es el lenguaje corporal de la figura, en vieja silla de patas recortadas. Más que inclinarse sobre el piano se asoma a él, encorvado. Describe círculos con el tronco oscilante. En el recorrido hacia las teclas, brazos y manos trazan filigranas en el aire. Las cejas bailan sobre la mirada, a veces perdida, vuelta para adentro. Jamás una partitura delante.
Y el canturreo: casi siempre tarareo de notas, pero también melodías de acompañamiento o réplica, con voz impostada, de tenor.
Las puntas de los dedos son terminales de un organismo que interpreta todo entero la música extraída del piano y la encarna: lo opuesto al artista envarado que reduce su dinamismo a lo dactilar.
Aunque lo dijera peyorativamente, cuando Gould afirmaba que más que un acontecimiento musical los conciertos eran un espectáculo no le faltaba razón, en lo que a él se refería, porque verle en acción (nada showman, músico puro) es un espectáculo inigualable. Sólo por ello merece la pena ver “Hereafter”.

Entre los momentos estelares, uno: al término de una vibrante apología de Bach, Gould dirige a la orquesta desde el piano, en el arranque de la Cantata BWV 054, “Biderstehe doch der Sünde”. Es un fragmento de esas clásicas filmaciones de conciertos en blanco y negro que mueven majestuosas cámaras en grúa y travelling. Rodean en semicírculo al pianista mientras van al encuentro del contratenor, a punto de romper a cantar, hacer eclosión y actualizar, un día más, al gran padre de la Música.
Archilupo
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