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Voto de Archilupo:
8
Ciencia ficción. Drama Futuro, año 2000. En la megalópolis de Metrópolis la sociedad se divide en dos clases, los ricos que tienen el poder y los medios de producción, rodeados de lujos, espacios amplios y jardines, y los obreros, condenados a vivir en condiciones dramáticas recluidos en un gueto subterráneo, donde se encuentra el corazón industrial de la ciudad. Un día Freder (Alfred Abel), el hijo del todopoderoso Joh Fredersen (Gustav Frohlich), el hombre ... [+]
4 de junio de 2008
29 de 42 usuarios han encontrado esta crítica útil
Metrópolis es la capital de un imperio de la Industria. En la superficie, la clase dominante lleva una vida soleada; en el subsuelo malviven masas de trabajadores semiesclavizados, junto a grandes máquinas-reloj que manejan extenuados.

Fredersen manda, lo gobierna todo desde un rascacielos, ejerciendo el control contable y televisivo de la población.
Su hijo Freder ve por casualidad a María, emergida un instante al aire libre para enseñarlo a un grupo de niños harapientos. Encandilado, la sigue al subterráneo y descubre el mundo obrero.
María dirige los preparativos de una insurrección.
Con el doctor Rotwang, el patrón máximo trama fabricar una doble de María para torcer la revuelta.

El relato usa fuerte simbolización religiosa:
Metrópolis es una moderna Babilonia.
Las grandes máquinas, un Moloch que nutre su panza ardiente con el sacrificio de vidas obreras.
Las galerías subterráneas son ‘katakomben’.
En ellas, los oradores oradores hablan flanqueados por altas cruces.
Se narra la historia bíblica de la Torre de Babel (imagen de la ambición sacrílega), identificada con el rascacielos de Fredersen.
Fondo para la robot: una satánica pentalfa invertida.
La Revolución se equipara al Apocalipsis.

La diferencia entre arriba y abajo es tan abismal que la mera insinuación de un acuerdo entre patronal y trabajadores, apelando cordialmente a la conciliación ante la fachada del templo, transmitiría falta de fuerza y veracidad.

Donde “Metrópolis” atesora sus principales valores es en su riqueza plástica.
Ahí Lang, dibujante profesional con estudios de arquitectura recientes, daba mucho de sí.
Los decorados compendian los estilos arquitectónicos de la época: Bauhaus, vanguardismo, racionalista, neogótico, Chicago, colosalismo germánico… Hay además rasgos modernistas (también en las letras de los muchos rótulos intercalados), y naif (en el recargado jardín).
Lo expresionista se concentra en la iluminación, tenebroso claroscuro de antorchas y linternas en las curvas galerías del submundo; en los movimientos de masas en los grandes espacios...
Con alto presupuesto, se apura la técnica hasta el límite, en escenificación operística. Maquetas y efectos han quedado toscos (¡esos chorrazos de agua sobre los edificios!), como ha quedado arcaico el español del Mío Cid comparado con el de ahora, cosa que no se puede reprochar. Pero en 1927 las panorámicas animadas de “Metrópolis” eran de modernidad alucinante. Y, por su brillante diseño, el robot es hoy un fetiche cultural.

Se achacó filonazismo a “Metrópolis”; también se ha interpretado que prolonga el utopismo obrero del XIX…
Parece más ajustado ver una fábula ingenua en la que el amor cristiano triunfa sobre un capitalismo de rostro inhumano y codicioso; ingenua, a la vista de la posterior evolución alemana: toda mansedumbre era poca para una maquinaria social convertida en exprimidor implacable del ser humano (Lang huyó).
Archilupo
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