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Voto de Archilupo:
6
6,4
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Comedia
En Helsinki, dieciocho hombres, diecisiete de los cuales se llaman Frank, deciden abandonar el barrio de trabajadores en el que llevan una vida triste y gris para instalarse en un barrio al otro lado de la ciudad, cerca del mar, que representa para ellos una especie de "El Dorado". (FILMAFFINITY)
30 de mayo de 2008
19 de 22 usuarios han encontrado esta crítica útil
En la dedicatoria hay pistas: Kaurismäki brinda el film a Michaux y a Prévert, supervivientes baudelerianos. Surrealistas radicales ambos, el primero cultivó especialmente la escritura automática.
Y algo de escritura automática tiene la textura narrativa de “Calamari Union”, en su voluntariosa modernidad.
Lo que en “Crimen y castigo”, la primera película del director, era narración ceñida y concisa, en esta segunda es relato fragmentario y dislocado.
Una banda de Franks (17 de 18 se llaman Frank) deciden, hartos de su barrio proletario, cambiarse a otro más ‘selecto’, Eira, al otro lado de Helsinki, y convierten el traslado en una epopeya delirante.
“La rama de un árbol podrido debe buscar un tronco más saludable”, tal es el disparatado lema de la aventura.
Cuanto sucede en la travesía de Helsinki, iniciada en un convoy de metro secuestrado, son historietas mínimas, ocurrencias improvisadas en un guión esquemático, brotadas de una imaginación gratuita y libre, con funcionamiento semejante a la escritura automática.
A la manera de Godard, Kaurismäki cita de pasada otros lenguajes visuales, integrándolos en la gramática de la película: una cinta rusa de cine mudo, videojuegos de carreras de coches, una exposición de grandes cuadros figurativos y un tebeo del detective Rip Kirby.
Desparramados por un denso Helsinki nocturno (fotografiado en un blanco y negro que lo satura de misterio), los Franks van intentando su errático camino a Eira. Dispersos desde pronto, se reagrupan al azar, en complejo vagabundeo.
Los personajes se despliegan, en cierto modo, como facetas de una sola identidad, un Frank unitario con diversas personalidades que hubiesen cobrado autonomía.
Extravagantes y sonámbulos, los Franks viven su peripecia como si de una épica emigración al Nuevo Mundo se tratara, pero lo ligero de las anécdotas no siempre lo justifica.
Kaurismäki desarrollará en sus películas principales la línea narrativa concisa, dejando esta otra, la prolija, como banco de viñetas y gags.
Es notable encontrarse ya en este film incipiente con algunas constantes, como el peso de lo musical en la banda sonora: precisamente la combinación casi fija de rock, tango finlandés y Tchaikovski.
O el consumo masivo de cigarrillos.
O la silueta de las grúas del puerto…
Y algo de escritura automática tiene la textura narrativa de “Calamari Union”, en su voluntariosa modernidad.
Lo que en “Crimen y castigo”, la primera película del director, era narración ceñida y concisa, en esta segunda es relato fragmentario y dislocado.
Una banda de Franks (17 de 18 se llaman Frank) deciden, hartos de su barrio proletario, cambiarse a otro más ‘selecto’, Eira, al otro lado de Helsinki, y convierten el traslado en una epopeya delirante.
“La rama de un árbol podrido debe buscar un tronco más saludable”, tal es el disparatado lema de la aventura.
Cuanto sucede en la travesía de Helsinki, iniciada en un convoy de metro secuestrado, son historietas mínimas, ocurrencias improvisadas en un guión esquemático, brotadas de una imaginación gratuita y libre, con funcionamiento semejante a la escritura automática.
A la manera de Godard, Kaurismäki cita de pasada otros lenguajes visuales, integrándolos en la gramática de la película: una cinta rusa de cine mudo, videojuegos de carreras de coches, una exposición de grandes cuadros figurativos y un tebeo del detective Rip Kirby.
Desparramados por un denso Helsinki nocturno (fotografiado en un blanco y negro que lo satura de misterio), los Franks van intentando su errático camino a Eira. Dispersos desde pronto, se reagrupan al azar, en complejo vagabundeo.
Los personajes se despliegan, en cierto modo, como facetas de una sola identidad, un Frank unitario con diversas personalidades que hubiesen cobrado autonomía.
Extravagantes y sonámbulos, los Franks viven su peripecia como si de una épica emigración al Nuevo Mundo se tratara, pero lo ligero de las anécdotas no siempre lo justifica.
Kaurismäki desarrollará en sus películas principales la línea narrativa concisa, dejando esta otra, la prolija, como banco de viñetas y gags.
Es notable encontrarse ya en este film incipiente con algunas constantes, como el peso de lo musical en la banda sonora: precisamente la combinación casi fija de rock, tango finlandés y Tchaikovski.
O el consumo masivo de cigarrillos.
O la silueta de las grúas del puerto…
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Motivos de un Frank, con aspecto de duro, para abandonar el barrio: una anciana lo había pateado sin piedad, de forma intolerable.
Durante la travesía, otro Frank duerme en las ramas de un árbol, otro se mueve por las alcantarillas, otro se desplaza tumbado sobre el capó de un coche, otro se siente excluido y se hace psicoanalizar, otro más se inscribe en un hotel como cliente y luego le contratan de portero, otro llega en moto hasta la barra de un bar…
Las escenas se suceden según inventiva caótica: un Frank mata a otro sin querer, haciendo pantomima, y detiene a un coche fúnebre que pasa cerca. Debe llevarlo, es un muerto, dice. OK, concede el chófer.
Cuando los escasos supervivientes salen hacia Tallin, Estonia, en una barquichuela de remos, la evocación de Keaton es bastante viva.
Durante la travesía, otro Frank duerme en las ramas de un árbol, otro se mueve por las alcantarillas, otro se desplaza tumbado sobre el capó de un coche, otro se siente excluido y se hace psicoanalizar, otro más se inscribe en un hotel como cliente y luego le contratan de portero, otro llega en moto hasta la barra de un bar…
Las escenas se suceden según inventiva caótica: un Frank mata a otro sin querer, haciendo pantomima, y detiene a un coche fúnebre que pasa cerca. Debe llevarlo, es un muerto, dice. OK, concede el chófer.
Cuando los escasos supervivientes salen hacia Tallin, Estonia, en una barquichuela de remos, la evocación de Keaton es bastante viva.