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Voto de Archilupo:
9
Cine negro. Intriga Un agente de la policía de narcóticos (Heston) llega a la frontera mexicana con su esposa justo en el momento en que explota una bomba. Inmediatamente se hace cargo de la investigación contando con la colaboración de Quinlan (Welles), el jefe de la policía local, muy conocido en la zona por sus métodos expeditivos y poco ortodoxos. Una lucha feroz se desata entre los dos hombres, pues cada uno de ellos tiene pruebas contra el otro. (FILMAFFINITY) [+]
19 de junio de 2008
89 de 102 usuarios han encontrado esta crítica útil
Diez años después de Macbeth, Orson Welles volvió a Hollywood y convirtió un proyecto de serie B en una colosal sinfonía barroca.
En el preludio exhibe su poderío escenificador: tres minutos largos de plano secuencia; culmina en la explosión de una bomba, colocada en un coche en los primeros segundos.

El eterno mosqueo de OW con los directores de los estudios convirtió el rodaje en un pulso constante.
Heston había intercedido por él y le contrataron para hacer un papel, escribir el guión y dirigir, cobrando por todo un sueldo de actor. OW aceptó sin haber leído la novela de Masterson, una historia ramplona de la que, rompiendo su estructura lineal, en dos semanas sacó un primer guión.
Los productores colocaron espías durante el rodaje en California, y prohibieron a OW filmar en el lado mexicano. Rodaba de noche, reescribía de día y dejaba improvisar a los actores. Marlene Dietrich grabó todo su papel en una sesión; los productores conocieron su participación al ver proyecciones.
Un genio escaldado luchaba por el control.

El agente Vargas (Heston), que llega a la frontera, es un héroe positivo, y se enfrenta a mafias de narcos y oficiales corruptos. Pero el protagonista absoluto es Quinlan (OW), un polizonte sucio, grasiento, podrido.
Me alegrará conocer a Quinlan, dice Vargas.
Eso es lo que usted cree, replica el sargento.
Desde la explosión del coche, los recién casados Vargas no tendrán un segundo de luna de miel, zarandeados en ese mundo limítrofe, repleto de ‘mordidas’, confesiones arrancadas, pruebas amañadas e inculpaciones ficticias.
Un motel con encargado anómalo prefigura “Psicosis” (mismo director artístico en ambos films).
Melodías de una pianola de otro tiempo salen de un solitario cabaret, regido por la gitana Tanya (Marlene Dietrich), de mirada lánguida, echadora de cartas: dice el porvenir, a quien aún lo tiene.

En la fatídica hora del montaje aparecieron los problemas. Hoy existen tres versiones diferentes de “Sed de mal”. La de 1998 tiene la secuencia inicial limpia de rótulos.
El montaje planeado por el cineasta es fragmentador, sincopado.
OW satura el relato con su estilo exuberante: cámara móvil, incansable; angular, picados, grúas, contrapicados, cielos negros, sombras humanas por las paredes, focos de luz en el suelo, lámparas oscilantes, neones intermitentes… Continuas sacudidas para crear una atmósfera desazonante, sin respiro.
La fotografía de R. Metty recorre entero el repertorio expresionista.

Con el avance de la película, la idea de frontera se va cargando de una oscura palpitación metafísica: es la zona donde bien y mal se entrelazan. En esa penumbra moral, un tipo socialmente deleznable puede ser visto como “un hombre extraordinario, ¡qué importa lo que digan los demás!“, frase que OW pone en boca de Tanya y parece resonar para consumo interno.

Tras desbordar el género negro partiendo de presupuestos de capítulo televisivo, Welles abandonó Hollywood de nuevo, con la taquilla de espaldas.
Archilupo
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