No hay duda alguna que la virtud que más sobresalta en esta película es su reparto, tomando como punto referente el duelo actoral entre Vivien Leigh y Marlon Brando. Aquí los dos actores se lucen, gracias a una vibrante historia bien ejecutada, en cada línea de sus diálogos y representando a su respectivo personaje.
El relato cuenta la fragilidad, enfermedad y perplejos por el que atraviesa su protagonista (Blanche), una tragedia que llega a tocar el lado sin cura de su ser al borde de la locura. Por otra parte, muestra un estudio minucioso de su antagonista (Stanley), rodeado de machismo y agresividad, pero también culpabilidad y resentimiento.
La fotografía es un punto alto, atenuando escenas claves con contrastes marcados. La escenografía también juega un papel importante, dando realce a la locación de la historia. Sin embargo, lo que sobresale es la excelente música de Alex North; una fina pieza que resulta elemental en todo el metraje.
Su debilidad yace precisamente por su fuente. Al ser una adaptación de teatro, el filme no termina quitando su influencia del todo. También algunos diálogos se exceden de maquillaje lírico y metafórico. Lastimosamente, por censura, no se incluyó material importante de su origen que pudo ser de ayuda en varias secuencias.