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Voto de Iván Rincón Espríu:
8
24 de abril de 2013
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En algún lugar al sur del Sahara...
El mejor cine del mundo se hace al margen de Hollywood, y un ejemplo de ello es Rebelle (Canadá, 2012), película escrita y dirigida por Kim Nguyen, con personajes ficticios en un contexto real: el reclutamiento forzoso de niñas y niños por los ejércitos regulares y las organizaciones guerrilleras o paramilitares de África central, región formada por una decena de países en guerra. La cinta no especifica en cuál de esos países ocurre la historia que relata, pero el rodaje fue realizado en la República Democrática del Congo, donde tiene lugar el índice más alto del mundo en cuanto a militarización infantil, según el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), así como el 80% de las reservas mundiales de coltán, cuya explotación es la principal causa de un conflicto internacional que ha costado la vida a más de cinco millones de personas, lo que supone a su vez el mayor número de muertes violentas desde la Segunda Guerra Mundial.
A diferencia de la niñez, el coltán es un recurso natural no renovable, considerado como "altamente estratégico". Ruanda, Uganda y Burundi lo roban del Congo para exportarlo a Occidente (principalmente a los Estados Unidos), que lo utiliza en dispositivos electrónicos de la más alta tecnología y la telefonía móvil.
La guerrilla ficticia del Gran Tigre, que vemos en la película recolectando coltán, representa, por consiguiente, a cualquiera de las milicias rebeldes que operan en el Congo. Cabe suponer que, para obtener permiso de rodar allí, los realizadores se comprometieron a mantener la identidad del país en el anonimato.
War Witch, como se titula en inglés, es la historia narrada por una adolescente de nombre Komona al hijo que se gesta en su vientre; ella tiene catorce años de edad y, dos años antes, cuando tenía doce, la guerrilla irrumpió en su aldea, mató a la mayoría de los adultos y secuestró a todos los niños para obligarlos a pelear contra el ejército del gobierno; Komona fue obligada primero a disparar contra sus propios padres, bajo amenaza de asesinarlos a machetazos si no lo hacía ella a balazos…
La cinta dura 90 minutos y está dividida en tres capítulos de media hora para cada una de las edades que componen el relato de Komona: a los doce, la hacen soldado; a los trece, escapa con otro adolescente; a los catorce, la devuelven a la guerrilla y vuelve a desertar. La media hora intermedia contrasta con las otras dos, como una tregua, por sus momentos de ternura y amor entre los protagonistas…
Hacer que los niños asesinen a sus padres o a otros seres queridos es normal en estos casos, pues así los "endurecen" como soldados. También es común que, antes de empuñar un arma, sean esclavizados a golpes y demás formas de maltrato para que realicen trabajos brutales, como sucede en la historia de Komona. Las niñas suelen ser, además, esclavas sexuales…
Antes de entrar en combate, niñas y niños son narcotizados con un enervante vegetal al que se refieren como "sabia mágica"; al consumirla, Komona puede ver a los espíritus de los muertos, así como a los "demonios" del gobierno, y parece estar fuera del alcance de las balas, por lo que sobrevive de milagro a los tiroteos y, desde las supersticiones y creencias místicas y religiosas que abundan en las culturas africanas, es considerada por sus compañeros de armas como una bruja sagrada; hasta el máximo líder de la guerrilla, un criminal cacique a quien llaman El Gran Tigre, venera a Komona como tal, y se acaba el maltrato, casi. Entre los espíritus y fantasmas que habitan las visiones de la muchacha están los de sus padres, que son los más persistentes y le piden que regrese a la aldea para enterrarlos.
El mejor cine del mundo se hace al margen de Hollywood, y un ejemplo de ello es Rebelle (Canadá, 2012), película escrita y dirigida por Kim Nguyen, con personajes ficticios en un contexto real: el reclutamiento forzoso de niñas y niños por los ejércitos regulares y las organizaciones guerrilleras o paramilitares de África central, región formada por una decena de países en guerra. La cinta no especifica en cuál de esos países ocurre la historia que relata, pero el rodaje fue realizado en la República Democrática del Congo, donde tiene lugar el índice más alto del mundo en cuanto a militarización infantil, según el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), así como el 80% de las reservas mundiales de coltán, cuya explotación es la principal causa de un conflicto internacional que ha costado la vida a más de cinco millones de personas, lo que supone a su vez el mayor número de muertes violentas desde la Segunda Guerra Mundial.
A diferencia de la niñez, el coltán es un recurso natural no renovable, considerado como "altamente estratégico". Ruanda, Uganda y Burundi lo roban del Congo para exportarlo a Occidente (principalmente a los Estados Unidos), que lo utiliza en dispositivos electrónicos de la más alta tecnología y la telefonía móvil.
La guerrilla ficticia del Gran Tigre, que vemos en la película recolectando coltán, representa, por consiguiente, a cualquiera de las milicias rebeldes que operan en el Congo. Cabe suponer que, para obtener permiso de rodar allí, los realizadores se comprometieron a mantener la identidad del país en el anonimato.
War Witch, como se titula en inglés, es la historia narrada por una adolescente de nombre Komona al hijo que se gesta en su vientre; ella tiene catorce años de edad y, dos años antes, cuando tenía doce, la guerrilla irrumpió en su aldea, mató a la mayoría de los adultos y secuestró a todos los niños para obligarlos a pelear contra el ejército del gobierno; Komona fue obligada primero a disparar contra sus propios padres, bajo amenaza de asesinarlos a machetazos si no lo hacía ella a balazos…
La cinta dura 90 minutos y está dividida en tres capítulos de media hora para cada una de las edades que componen el relato de Komona: a los doce, la hacen soldado; a los trece, escapa con otro adolescente; a los catorce, la devuelven a la guerrilla y vuelve a desertar. La media hora intermedia contrasta con las otras dos, como una tregua, por sus momentos de ternura y amor entre los protagonistas…
Hacer que los niños asesinen a sus padres o a otros seres queridos es normal en estos casos, pues así los "endurecen" como soldados. También es común que, antes de empuñar un arma, sean esclavizados a golpes y demás formas de maltrato para que realicen trabajos brutales, como sucede en la historia de Komona. Las niñas suelen ser, además, esclavas sexuales…
Antes de entrar en combate, niñas y niños son narcotizados con un enervante vegetal al que se refieren como "sabia mágica"; al consumirla, Komona puede ver a los espíritus de los muertos, así como a los "demonios" del gobierno, y parece estar fuera del alcance de las balas, por lo que sobrevive de milagro a los tiroteos y, desde las supersticiones y creencias místicas y religiosas que abundan en las culturas africanas, es considerada por sus compañeros de armas como una bruja sagrada; hasta el máximo líder de la guerrilla, un criminal cacique a quien llaman El Gran Tigre, venera a Komona como tal, y se acaba el maltrato, casi. Entre los espíritus y fantasmas que habitan las visiones de la muchacha están los de sus padres, que son los más persistentes y le piden que regrese a la aldea para enterrarlos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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spoiler:
Un negro albino de quince años al que apodan El Mago convence a Komona de huir y, una vez que lo hacen, le pide matrimonio; para ser su esposa, ella le pide a cambio un gallo blanco y, en la búsqueda de tan raro animal, son conducidos a una aldea de negros albinos, en donde lo encuentran; sin más ceremonia que la intimidad, se casan y viven felices hasta el día que llegan los rebeldes; El Mago es asesinado y Komona secuestrada por segunda vez; el comandante la embaraza y ella escapa de nuevo; en cuanto da a luz sin ayuda, en la soledad del campo, regresa a la aldea desierta para enterrar a sus padres…
'La bruja de la guerra', como es traducido al español el título en inglés, no explica el complejo conflicto internacional, conocido como la Segunda Guerra del Congo; se limita a narrar un caso personal que no por ficticio es menos representativo de un aspecto en particular: el drama de los niños soldados, en este caso, dentro de las filas rebeldes.
El mayor mérito de la película es artístico, más allá de la "denuncia social", en parte, porque sus actuaciones son perfectas, principalmente la de Rachel Mwanza en el papel de Komona, una actriz innata sin experiencia previa, que fue descubierta en la calle, toda una revelación. Ningún actor aquí es profesional. El también debutante Serge Kanyinda, como El Mago, es igualmente convincente. Y ambos personajes son entrañables.
Para transmitir la espontaneidad requerida, el guionista y director Kim Nguyen no permitió a los actores conocer el guión antes del rodaje, así que éstos ignoraban lo que sucedería después de cada secuencia… (de todos modos, la joven Mwanza no podía leer el guión porque era analfabeta, lo cual hace especialmente plausible su desempeño).
Entre una dirección de cámaras que imita el estilo documental y una edición impecable, también el resultado visual es excelente. Confluye allí el "concepto visual" de Emmanuel Frechette con la fotografía de Nicolas Bolduc y el montaje de Richard Comeau. La suma de su labor conjunta son imágenes de gran fuerza emotiva y gran belleza poética. A pesar de preferir la cámara en mano, en constante movimiento, al trípode o tripié, no hay escenas desenfocadas, como en Beasts of the Southern Wild (EUA, 2012), de Benh Zeitlin, con la que tiene muchas cosas en común. En Rebelle todo es más cuidadoso y pausado; el encuadre de los primeros planos, generalmente cortos para crear una sensación de intimidad, se abre para situarnos en su contexto físico.
Un ingenioso manejo tanto del sonido como del silencio, por su calidad y su creatividad, forma parte del conjunto; los cantos africanos son aquí un elemento narrativo muy vívido y un ingrediente de folclor, complementado con música pop, también africana, grabada en estudio. La segunda pieza que acompaña los créditos finales cede a las voces y risas, no menos musicales, de niños que juegan, con un sonido ad hoc.
Nguyen invirtió diez años en esta película, inspirado en la historia de un niño soldado a quien sus compañeros de armas consideraban como una reencarnación divina y lo cargaban sobre los hombros para que no se ensuciaran sus sueños, pues había sobrevivido varios meses durante una guerra en la que todos morían luego de unos días o, cuanto mucho, semanas. Entre mito y realidad, ese niño llegó a encabezar un grupo de hasta 200 milicianos rebeldes en Birmania.
El cine había denunciado el reclutamiento forzoso de niñas y niños, tanto por las guerrillas como por los ejércitos regulares, también en Centroamérica: 'Voces inocentes' (México, 2004), de Luis Mandoki... En Blood Diamond (EUA, 2006), de Edward Zwick, vemos el acondicionamiento paramilitar de niños que disparan con los ojos vendados contra civiles maniatados. Los "diamantes de sangre” en Sierra Leona equivalen al coltán en el Congo, pues el precio de estos minerales es la niñez africana, con la diferencia de que el segundo está en manos de cualquiera que, en cualquier lugar del mundo, tenga un teléfono móvil.
'La bruja de la guerra', como es traducido al español el título en inglés, no explica el complejo conflicto internacional, conocido como la Segunda Guerra del Congo; se limita a narrar un caso personal que no por ficticio es menos representativo de un aspecto en particular: el drama de los niños soldados, en este caso, dentro de las filas rebeldes.
El mayor mérito de la película es artístico, más allá de la "denuncia social", en parte, porque sus actuaciones son perfectas, principalmente la de Rachel Mwanza en el papel de Komona, una actriz innata sin experiencia previa, que fue descubierta en la calle, toda una revelación. Ningún actor aquí es profesional. El también debutante Serge Kanyinda, como El Mago, es igualmente convincente. Y ambos personajes son entrañables.
Para transmitir la espontaneidad requerida, el guionista y director Kim Nguyen no permitió a los actores conocer el guión antes del rodaje, así que éstos ignoraban lo que sucedería después de cada secuencia… (de todos modos, la joven Mwanza no podía leer el guión porque era analfabeta, lo cual hace especialmente plausible su desempeño).
Entre una dirección de cámaras que imita el estilo documental y una edición impecable, también el resultado visual es excelente. Confluye allí el "concepto visual" de Emmanuel Frechette con la fotografía de Nicolas Bolduc y el montaje de Richard Comeau. La suma de su labor conjunta son imágenes de gran fuerza emotiva y gran belleza poética. A pesar de preferir la cámara en mano, en constante movimiento, al trípode o tripié, no hay escenas desenfocadas, como en Beasts of the Southern Wild (EUA, 2012), de Benh Zeitlin, con la que tiene muchas cosas en común. En Rebelle todo es más cuidadoso y pausado; el encuadre de los primeros planos, generalmente cortos para crear una sensación de intimidad, se abre para situarnos en su contexto físico.
Un ingenioso manejo tanto del sonido como del silencio, por su calidad y su creatividad, forma parte del conjunto; los cantos africanos son aquí un elemento narrativo muy vívido y un ingrediente de folclor, complementado con música pop, también africana, grabada en estudio. La segunda pieza que acompaña los créditos finales cede a las voces y risas, no menos musicales, de niños que juegan, con un sonido ad hoc.
Nguyen invirtió diez años en esta película, inspirado en la historia de un niño soldado a quien sus compañeros de armas consideraban como una reencarnación divina y lo cargaban sobre los hombros para que no se ensuciaran sus sueños, pues había sobrevivido varios meses durante una guerra en la que todos morían luego de unos días o, cuanto mucho, semanas. Entre mito y realidad, ese niño llegó a encabezar un grupo de hasta 200 milicianos rebeldes en Birmania.
El cine había denunciado el reclutamiento forzoso de niñas y niños, tanto por las guerrillas como por los ejércitos regulares, también en Centroamérica: 'Voces inocentes' (México, 2004), de Luis Mandoki... En Blood Diamond (EUA, 2006), de Edward Zwick, vemos el acondicionamiento paramilitar de niños que disparan con los ojos vendados contra civiles maniatados. Los "diamantes de sangre” en Sierra Leona equivalen al coltán en el Congo, pues el precio de estos minerales es la niñez africana, con la diferencia de que el segundo está en manos de cualquiera que, en cualquier lugar del mundo, tenga un teléfono móvil.