Le falta la chispa, esa alma que lo hace especial, a pesar de la corrección no somos capaces de ver esa luz que haría al espectador emocionarse. El guión intenta abarcar e imprimir el fondo de la historia, y a veces logra dispersar todas las tramas sin acabar en la livianidad, pero se diluye como un suspiro, acabando por trivializar partes supuestamente intensas. Mario Casas empieza insípido y no sabe imprimir el dramatismo suficiente, siendo un un personaje algo plano, más guiado por su planicie interpretativa que por el personaje, complejo y poliédrico. Adriana Ugarte no desprende las luces esperadas, no vislumbramos ese poso esperado. A pesar de ello el reparto actoral es correcto al equilibrar todos los apoyos en los que se basa la historia. La fotografía puede estar infrautilizada, el paisaje pierde fuelle en el peso final, desaprovechando un filón visual y tramático. La música logra acompañar y guiar al espectador, siendo sutil por momentos y necesaria en otros, un acierto inesperado.