El virtuosismo visual que el director plasma en la cinta viene ampliado por la necesidad de la búsqueda de la naturalidad y la verdad. Elipsis y situaciones que cubren esa parte inenarrable, nada de presunciones ni medias verdades, las circunstancias y los sentimientos se expresan y se guardan, al igual que los dos protagonistas, casi antitéticos en situación y en forma de ser, pero que transmiten esas necesidades y carencias casi universales. Méndez Esparza logra con su realismo puro y duro transmitir esa dualidad, ese hilo invisible que parece que nos guía y que sin darnos cuenta nos coloca en esas situaciones que sin controlar debemos atacar. Ese magistral toque imperceptible de cámara hace que la trama y lo no narrado conlleven una justificación o una empatía por parte del espectador. No hace falta explicitar, ni explicar ni visualizar, el germen que planta el director crece en los huecos, los llena y los completa gracias a un guion bien ensamblado. Además las maravillosas interpretaciones de Andrew Bleechington y Regina Williams acaparan con vehemencia las retinas más dispersas. Sin necesidad de alardes técnicos ni giros ultradramáticos nos enganchamos a la universalidad del tema... son nuestros sentimientos en distintos momentos, pero igual de entendibles.