En su exacerbado intento por elogiar los pequeños detalles de los pequeños movimientos, Lynne Ramsay nos ofrece una pulcra, limpia y maniqueísta película, con un buen gusto visual, fotografía exquisita y secuenciación de las tramas espléndida. Un personaje escrito y desarrollado de la forma más aguda y delicada en sus pensamientos que se nos empaqueta de forma antitética pero directa. El truco le sirve para que Joaquin Phoenix ofrezca un recital de expresionismo antiheroico brutal, impactante y trasgresor, nacido y crecido ante nuestras pupilas para intentar, con escaso ejemplo verbal de diseccionar ante nosotros lo inimaginable, solo con pinceladas de brocha delicada. El guion, tremendamente visual, se ralentiza en su exposición y llena de color las ideas, masculladas hasta la saciedad en un trabajo heroico y de brutalidad visual sin parangón. Se sustituye la palabra por el gesto, la acción por la reacción y el suceso por el gesto.