Una pequeña joya en lo que se refiere a la construcción de una personalidad, atormentada por las circunstancias y por sus propias ambigüedades. Una intensa, oscilante, osca y punzante forma de captación de todo el mundo interior y de lo que estamos formado, de cómo influye lo que nos rodea para poder captar o no esas vibraciones en nuestro interior. Laetitia Dosch aguanta el primer plano, no vacila en su recreación, intensa y directa, apabullante y visceral. El guion, pequeño en sus inicios, se agranda con unos diálogos e intenciones que abre la herida de la empatía, muestra a bocajarro los miedos ocultos tamizados por ese halo de necesidad de resguardo. Nada como una actriz intensa para llevar a cabo esta magistral escenificación de personalidad con carácter. La elección de planos cortos, en movimiento y siempre manteniendo a Laetitia Dosch como eje central hacen que la pantalla se llene, para expresar todo lo que quiere el director, sin tapujos y enganchando al espectador a esa muestra de carácter sublime y delicado, esa evolución irracional en su certeza y visceral en su encanto.