¿Para qué treinta letras? La frase tan solo necesita la mitad. En efecto, podemos lanzar un mensaje de múltiples formas, desde la más simple y concreta a la más elaborada y compleja, matizando el significado según la fórmula. Pero, insisto, ¿Para qué treinta letras cuando no aportan nada más que las quince necesarias para captar nuestra emisión?.

No consigo emocionarme o profundizar a pesar de lo que me cuentan. Creo que entiendo la mayor parte de este libro, pero la música del flautista que me lo entrega no me hipnotiza. Es un ritmo apagado y con un alma excesivamente racional y poco vehemente. Hay momentos en los que algunos acordes casi llegan a erizar el vello de mis brazos, pero son leves lapsus en un continuum más bien comedido de pasión y ¿Por qué no decirlo? Tedioso.

Mas que nada, he sentido decepción, bastante de aburrimiento y admiración por la secuencia con la imagen que pasó a ser portada, la cual parecía prometerme algo grande e importante, pero finalmente el sabor de los encantos resultó ser bastante más insípido de lo esperado.