Auténtico Álex de la Iglesia. Fiel a sí mismo, a su elenco y a su público.

Tras presentar a unos abominables gorgojos gigantoides en los crétidos, la peli arranca con un berlanganiano plano secuencia, que deriva en un inmediato misterio. A raíz de esto, claro está, y tras proponer una serie de personajes, a cada cual más mísero, el despendole no se hace esperar y se torna barroco y roñoso, sin escatimar en idas de pinza. No es una peli contenida, pese a tener un continente, el bar; establecimiento cañí por excelencia.

La película, pese a desarrollarse dentro de los habituales estándares del director, establece una novedad muy rara: la prota, pese a estar rodeada de taraos de dudosa calaña, es una persona buena y sensata. Lo nunca visto en una peli de Álex de la Iglesia.

Por lo demás, todo es como siempre. Excelso comienzo, buen manejo del ritmo, pese a algún bajonazo irremediable, desbarre general y hábil dirección de actores, a los que hay que reconocer, no sólo su buen trabajo, sino también su buena disposición… porque el último tercio debió de ser, como poco, incómodo de rodar.

La de cafés que me he tomado yo en la Plaza de los Mostenses. Lo llego a saber...