Hace falta tener cara dura para hacerse una peli de marcianos sin marcianos, en la que resulte ser todo una comedia romántica que transcurre casi entera dentro de un piso y en la que sólo intervienen cinco actores.

Además, resulta que, si la comparamos con su anterior largo (en el que, por si alguien no lo sabe, se hace una peli de paradojas temporales con dos tíos metidos en un silo, un poco de monte y un cacho de carretera comarcal), esta marcianada parece una superproducción.

Vale que la peli arranca muy bien, pero a la media hora se empieza a acusar un problema gordo con el ritmo, que decae vertiginosamente. Así es, pero se recupera al final. Y además te ríes, cosa poco frecuente en las comedias románticas. Y está mejor actuada que otras pelis con actores más “profesionales”; a estos se les entiende cuando hablan. Y, sobre todo, es un festival de ingenio; un talento tan escaso como preciado.

Qué manera de optimizar recursos. ¡Cartera de Economía para Vigalondo! ¡YA!
Si le dejamos, este tío levanta España en dos meses.