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España España · Oviedo
Voto de babayu:
10
Intriga Debido a un malentendido, a Roger O. Thornhill, un ejecutivo del mundo de la publicidad, unos espías lo confunden con un agente del gobierno llamado George Kaplan. Secuestrado por tres individuos y llevado a una mansión en la que es interrogado, consigue huir antes de que lo maten. Pero cuando al día siguiente regresa a la casa acompañado de la policía, le espera una sorpresa. (FILMAFFINITY)
27 de diciembre de 2010
6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Érase que se era un señor gordo, nacido allá donde no se ve mucho el sol; un día decidió cruzar el océano, y de la Pérfida Albión se quedó con un cierto interés por fastidiar a las mujeres rubias y glacialmente bellas. Al hombre le dio por hacer obras de arte, una tras otra, y jugar con aquello que había aprendido a hacer muy bien. En 1959 el gordito del perfil más famoso del mundo decidió gastar una inmensa broma, y hacer magia de lo inverosímil: nadie se planteó que aquello no tenía ni pies ni cabeza, que ese mondongo de la CIA, la ONU, espías por aquí, malvados por allá y persecuciones por acullá sólo pretendía ser una tremenda parodia de una serie de pelis que se tomaban demasiado en serio a sí mismas, pero que eran igualmente risibles, desde el punto de vista lógico.
No importa, porque en este cuento hay un héroe a la fuerza, Thornhill, al que confunden con un calviniano caballero inexistente, Kaplan, una princesa rubia que no era ni buena ni mala, sino todo lo contrario, lo que pasa es que la dibujaron así, y le dio por enamorarse, aunque unos feos señores en España aficionados a la tijera moralista no entendieran que los héroes también hacen cochinadas. Tampoco importa que la mamá sea más joven que el hijo, si la mamá es tan deliciosa como para preguntar: "Caballeros, ¿ustedes no están realmente tratando de matar a mi hijo, verdad?", ni que el héroe, de repente, aparezca en un desértico campo de maíz perseguido por un avión chungo que le quiere mandar al otro barrio, ni que se dediquen a corretear por las cabezotas de un monumento dedicado a cuatro presidentes muertos.
Todos estos polvos mágicos, si no hubieran estado manipulados por la mejor varita del mercado, se habrían convertido en lodos condenados al olvido, pero, al contrario, siempre nos acordaremos de ese héroe equivocado, pícaro y borrachín con madre a cuestas, de esa rubia insinuante, de ese tren, de ese monte Rushmore y a lo mejor tarareamos la musiquilla de ese neoyorquino de nombre alemán.
babayu
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