Debido a la reiterativa hilaridad del peculiar dudes en su cada sangrienta aparición, durante buena parte del metraje está cinta gozaba seriamente de mi aprobado, tales eran los chascarrillos que acompañaban cada ejecución que es que resulta imposible que pasen inadvertidos. Las escenas tiempo-bala y la pieza de rock metálica que restallaba cada vez que el asesino hacia acto de presencia (en todas, todas no falla) invita a la convicción de que Uwe Boll estaría orgulloso de haber firmado él está película, en varios momentos intencionadamente cómica como por ejemplo, con el personaje del policía. El problema es que en los segundos cuarenta y cinco minutos ya no divierte tanto, se vuelve aburrida, la trama principal que desvela los orígenes del impulso homicida del tarado de turno está expuesta sin gracia y el final es igual de malo, por lo cual no queda más remedio que desecharla.