Me gustan las sorpresas. Ponen a prueba la inteligencia de uno, cual reto mejor imaginable. Suponen un contratiempo, algo inesperado, crean una sensación estimulante.

Para que una película te sorprenda debe de haber algo que no te cuente en cierto tramo del tiempo en el que transcurre su desarrollo. Los espectadores solemos fijarnos si la dicha revelación no supone una tomadura de pelo, si teniendo en cuenta esa inesperada circunstancia sigue teniendo sentido lo visto previamente. Es algo que no he encontrado en 'El club de la lucha', es decir, una vez conocida la sorpresa final lo previo me pareció una chorrada. Pero la puse un 4 porque aunque hasta ese giro inesperado tampoco me estaba pareciendo una obra genial, sí que al menos era entretenida e incluso tenía sus puntillos en forma de momentos de particular ocurrencia.

En 'El otro' el problema no reside en que haya sentido que me hubieran tomado el pelo, sino que no había nada de donde tomar. No me ha inspirado el menor interés, en practicamente ningún momento nada de lo (poco) que se estaba contando. El ambiente que se respira desde el principio es muy extraño, se asemeja más bien a un mundo imaginario de David Lynch que a otra cosa, en ningún momento nada de lo que sucede no parece demasiado coherente ni tampoco significativo. No te importa lo más mínimo y cansa, ver a esos insoportables dos niños corriendo por todas partes con esa lata encima que le tintinea como campana en un cabestro y llenarse de mierda que si en el establo, después en el campo o en otra parte cualquiera. Uno puede pensar que es algo aislado, que pasa solo una vez, a lo sumo 5 minutos, pues los cojones. Cualquiera que tenga agallas de verla comprobará que así pasan los 35 primeros minutos de la peli. Si 'Los goonies' nunca me han gustado sería por algo y teniendo en cuenta este antecedente a lo mejor era difícil que lo hiciera esta película, si por lo que he leído, el disfrutar de esta película pasa por no tener que odiar a esos niños. Las pocas conversaciones que hay me parecen estúpidas por cargantes y pretenciosas, como esa en la que el niño le pregunta a una mujer en la iglesia qué hay después de la muerte o algo así y ella le habló de un ángel no se qué era de mágico y para ponerle rostro se sirvió de uno especialmente feo que había estampado en un ventanal del recinto.