Película de culto basada en el manga, de estética muy diferente, de Masamune Shirow. Sin duda «Ghost in the Shell» tiene dos virtudes que es justo destacar: su influencia posterior y su nulo envejecimiento. Adentrémonos en su alma.

Como ya comentáis algunos, el apartado técnico es bastante destacable. Una animación puramente de los noventa de corte clásico, en 2D, que en lo personal la prefiero a la rigidez digitalizada de la era 2000. La banda sonora acompaña que da gusto y los momentos tanto de pausa como de acción están bien insertados y llevados. La temática en torno a la inteligencia artificial quizá no sea por completo original pero aporta seriedad y cierto mensaje sobre el devenir robótico del Hombre. En este sentido, es plenamente vigente a pesar de los veinte años transcurridos y de hecho la inundación tecnológica que aquí se prevé ha resultado completamente cierta. Además, ya solo echando un vistazo a los títulos de crédito nos damos cuenta de que la mismísima «Matrix» se inspiró, o se copió, de ella.

Así que parece que no hay pegas que ponerle pero, ¡ay amigo!, hay unas cuantas. La principal: «Ghost in the Shell» no tiene argumento. La trama es paupérrima y, lo que es peor, aparenta que es mucho sin serlo para despistar al espectador del verdadero tema: qué es y qué quiere el Titiritero, un hacker peligroso a quien persigue la policía. Que no te engañen los elementos políticos, científicos, filosóficos y policíacos que rellenan la hora y media de metraje, porque nada de esto conduce a nada sólido ni coherente. Si omitiéramos los sesenta primeros minutos la historia última se mantendría intacta. Mucha paja para una idea clara y sencilla. Quizá demasiado clara y sencilla.

Sobrevalorada.