Cómo se nota que es James Wong quien regresa tras su debut en la primera parte. Y se nota para bien, claro. Aunque la visión sangrienta sigue estando muy presente, se recupera esa pátina reflexiva sobre la muerte que caracterizaba a «Destino final 1». Que conste que esta sigue siendo mi favorita, casi por goleada. El encanto, el empuje, la naturalidad y originalidad del inicio de la saga no puede copiarse ni recuperarse.

Porque, a fin de cuentas, ya se dijo todo lo importante en la primera, así que lo que ha venido después, tercera entrega incluida, es más de lo mismo, sólo que con otros escenarios. En este caso, un parque de atracciones y una montaña rusa serán el sitio mortal que marcará a un grupo de estudiantes. Vuelve a ser una chica, Wendy, la que tras la pertinente premonición, se ve envuelta en una carrera para salvar su vida y la de sus amigos. La película tiene la novedad de incorporar un elementos fotográfico que, como idea está muy bien, pero que en el desarrollo se desmorona de tal forma que invita al cachondeo; las pistas de esas fotografías no sirven absolutamente para nada. Si no, atención a la multitud de interpretaciones, que requieren de una inventiva y clarividencia bárbaras, que puede haber en una misma imagen.

Además, comete el error de no saber acabar bien la trama. Todo parece encajar hasta cierto momento, en el que el plan de la muerte deja de cobrar sentido y se revuelve en contra de la clásica lógica que ha caracterizado a la saga; el orden de morir es fundamental, y aquí chirría bastante. El final es rizar demasiado el rizo, pero, bueno, es curioso y mantiene el suspense. Las muertes son a cual más desagradable, y en lo personal hay una en unos rayos uva que me parece escalofriantemente gore. De verdad que no entiendo ese afán por alimentar al espectador de crueldades innecesarias y cada vez más fuertes.

Aún con todo, contiene intriga, interés y espectáculo juvenil. Muy entretenida.