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Voto de Jark Prongo:
9
5,8
70
Documental
Diálogo poético entre la imaginación y la despiadada naturaleza del invierno húngaro. (FILMAFFINITY)
2 de noviembre de 2012
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Inmediatamente posterior a Elegia -obra extrema tanto por su belleza como por su carácter experimental y no huir de la tibieza al denunciar el trato que el hombre dispensa a los caballos-, Capriccio difiere levemente de su precedente en forma y fondo pero continua con un Zoltán Huszárik poco dispuesto a abrazar convencionalismos y para nada convencido de que el cine ha de tener planteamiento, nudo y desenlace. Su postura inquebrantable en pos de un nuevo cine (o, mejor dicho, de lo que podría haber sido el cine desde sus orígenes defendiendo su autonomía como medio independiente pese a poder englobar e integrar a la música y la literatura) le granjeó ser un perfecto desconocido, un heterodoxo maldito del cinematógrafo, pero al menos pudo tener la tranquilidad de conciencia que aporta hacer lo que uno cree que debe hacer. Chapó, Zoltán.
En Capriccio, durante sus 16 minutis, Zoltán nos muestra un collage de imágenes sin un patrón que sirva de nexo entre ellas más allá de lo que inferimos es el fin del otoño, el invierno en toda su húngara crudeza y la subsiguiente primavera. Nada de narrativa que responda a los designios de un autor, aquí el paso del tiempo responde a la Naturaleza; en consecuencia Huszarik nos muestra -con un montaje supremo de bueno y atrevido (al alimón con János Tóth) al compás del maravilloso diseño de sonido de Zoltán Jeney y su partitura- las interrelaciones que se dan en la naturaleza: al principio fluye la vida de toda especie (yuxtapuesta a una estatua que el montaje muestra de vez en cuando), pero después llega el invierno (al cual dan forma de muñeco de nieve el estado más próximo de un ser humano a un animal puro, los niños) paralizando todo, suprimiendo la vida, portando creaciones propias de los seres racionales como cuadros y fuego en candelabros (¿querrá decir que el frío agudiza el ingenio y la capacidad de crear?), convirtiéndose en un ejército que, finalmente y con la llegada de la primavera, torna en agua de río pese a sus gafas de sol y permite reiniciar el ciclo de la vida con todos los animales en activo de nuevo. ENORME.
Por supuesto Zoltán nos habla de la evanescencia de las cosas dentro de un ciclo perpetuo con leves variaciones, y para ello obvia cualquier diálogo, voz en off y recurso de mierda similar. Curioso que permanezcan las estatuas y cuadros, quizá como reconocimiento de la existencia de una memoria en forma de inconsciente colectivo o como mera insinuación de que el arte será lo único que dejará poso en un mundo que sigue tras la desaparición de su creador.
En lo visual, este húngaro sigue siendo DIOS: planos fijos con una composición perfecta a la par que misteriosa, contrapicados máximos (nadir) para filmar masas nebulosas, ralentís de las manos de los niños moldeando el muñeco de nieve, un único paneo en (todo el metraje) que recorre las aguas del río a la llegada de la primavera para sugerir que vuelve la vida tras el crudo invierno, quemazones de celuloide, filtros que ni Slawomir Idziar (director de fotografía de confianza de Krzysztof Kieslowski)… Bueno, ya os lo decía al inicio, CINE.
Este tío era la repolla.
En Capriccio, durante sus 16 minutis, Zoltán nos muestra un collage de imágenes sin un patrón que sirva de nexo entre ellas más allá de lo que inferimos es el fin del otoño, el invierno en toda su húngara crudeza y la subsiguiente primavera. Nada de narrativa que responda a los designios de un autor, aquí el paso del tiempo responde a la Naturaleza; en consecuencia Huszarik nos muestra -con un montaje supremo de bueno y atrevido (al alimón con János Tóth) al compás del maravilloso diseño de sonido de Zoltán Jeney y su partitura- las interrelaciones que se dan en la naturaleza: al principio fluye la vida de toda especie (yuxtapuesta a una estatua que el montaje muestra de vez en cuando), pero después llega el invierno (al cual dan forma de muñeco de nieve el estado más próximo de un ser humano a un animal puro, los niños) paralizando todo, suprimiendo la vida, portando creaciones propias de los seres racionales como cuadros y fuego en candelabros (¿querrá decir que el frío agudiza el ingenio y la capacidad de crear?), convirtiéndose en un ejército que, finalmente y con la llegada de la primavera, torna en agua de río pese a sus gafas de sol y permite reiniciar el ciclo de la vida con todos los animales en activo de nuevo. ENORME.
Por supuesto Zoltán nos habla de la evanescencia de las cosas dentro de un ciclo perpetuo con leves variaciones, y para ello obvia cualquier diálogo, voz en off y recurso de mierda similar. Curioso que permanezcan las estatuas y cuadros, quizá como reconocimiento de la existencia de una memoria en forma de inconsciente colectivo o como mera insinuación de que el arte será lo único que dejará poso en un mundo que sigue tras la desaparición de su creador.
En lo visual, este húngaro sigue siendo DIOS: planos fijos con una composición perfecta a la par que misteriosa, contrapicados máximos (nadir) para filmar masas nebulosas, ralentís de las manos de los niños moldeando el muñeco de nieve, un único paneo en (todo el metraje) que recorre las aguas del río a la llegada de la primavera para sugerir que vuelve la vida tras el crudo invierno, quemazones de celuloide, filtros que ni Slawomir Idziar (director de fotografía de confianza de Krzysztof Kieslowski)… Bueno, ya os lo decía al inicio, CINE.
Este tío era la repolla.