Son muchas las ocasiones en las que uno se ve contando anécdotas de su vida, ya sea por que no se aburra el personal, o porque siempre es bonito compartir gratos recuerdos, etcétera. El caso es que, a la hora de contar historias, exageramos los datos con el afán de que sean más interesantes, bien para aumentar nuestro ego, bien porque de verdad eso es lo que creemos que hemos visto (la mente, que juega malas pasadas), o quizá, por acentuar el toque literario y añadir algo más de magia a la vida. El caso es que exageramos las acciones, añadimos elementos inexistentes y nos inventamos algunas cosas. Y quizá, después de contar así las historias y creérnoslas, vemos la vida mejor, más fantástica.

Y en esta magnífica peli, Burton nos cuenta un cuento. Un cuento que es la vida de un hombre desde sus propios ojos. Y a pesar de lo fantasioso que resulta, lo falso... podemos ver a través de él una historia real, a la que, al contarla, le añade una magia, una ternura y un preciosismo increíble.

Una de las historias más bonitas que se podrían contar, llena de aventuras, romanticismo y mucha, mucha fantasía. Y complementado por un apartado técnico de excepción. ¿Se puede pedir más? Será casi imposible no soltar alguna lágrima al final.