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Voto de Anibal Ricci:
8
Comedia. Drama En Nueva York, dos matrimonios se reúnen, en principio de manera civilizada, para hablar de la reciente pelea que han tenido sus hijos en un parque. Pero el encuentro se complicará hasta límites insospechados... Adaptación de la obra teatral homónima de la autora francesa Yasmina Reza. (FILMAFFINITY)
3 de diciembre de 2013
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
“La educación ayuda a eliminar la violencia”, concluye el más cínico de los cuatro personajes en conflicto y nos da una cabal idea de la verdad que se oculta bajo capas de pretendido diálogo civilizado. Una lucha de poder entre estos dos matrimonios que, en sucesivos cuatro actos al interior de un departamento neoyorquino, intentarán hacer prevalecer sus respectivas posiciones. Las parejas serán cómplices en su batalla contra la otra, al comienzo en tono educado, pero luego surgirán nuevos conflictos más profundos, con nuevas alianzas, a veces entre las mujeres, otras entre los hombres, todo a partir de una pelea entre sus hijos, aparentemente sin trascendencia, que transcurre al aire libre, donde los conflictos se resuelven con la violencia que rige en la naturaleza.

Una y otra vez, estos adultos se escudan en su “decencia”. Los padres del niño agresor, el victimario, utilizan el sarcasmo: “trataremos de ponernos a su nivel (de civilidad)… ustedes son demasiado evolucionados”, vuelve a surgir de la boca del cínico Alan.

En determinado punto de la discusión, las partes invocan a la cultura, no como esa actividad noble que eleva el espíritu humano, sino como una fuerza que desvía las balas, un refugio para establecer una nueva posición de poder, el esnobismo por adherir al arte que está de moda, de manera de establecer una superioridad sobre la otra parte. Una crítica ácida del director al sentido deformado de la educación que lleva a apreciar “la cultura” como algo exclusivo, cuya falsa imposición sobre los otros se transforma más bien en una falta de educación, llevando la discusión a través de un sendero clasista, quizás más violento que el puñetazo del niño agresor.

No estamos frente a personas evolucionadas, más bien ante seres que luchan por aplastar a los otros. Seres que no se soportan a sí mismos, que cargan sus defectos y necesidades no satisfechas sobre los otros. Intentan establecer una posición moral sobre sus oponentes circunstanciales; incluso Penélope se atreve a deslizar: “¿cómo se puede vivir sin un sentido moral del mundo?: la víctima y el criminal no son iguales”, balbucea la madre del niño víctima, ya completamente ebria, intentando imponer su “orden moral” para combatir las leyes de la naturaleza. En este punto es evidente que los cuatro protagonistas están enfrascados en una guerra sin cuartel. En ella todo vale: “La rapidez es el factor esencial de la fuerza militar (Sun Tzu), aprovechándose de los errores de los adversarios, desplazándose por caminos que no esperan y atacando cuando no están en guardia”. No importa quién tenga la razón; lo único válido es vencer al oponente y, en este caso, la violencia verbal se muestra como el camino más expedito.

Solo las paredes de la habitación protegen a estos combatientes de las fuerzas de la naturaleza.

Hacia el final, ni esos muros son suficientes y el alcohol ayuda a proferir: “me alegra que mi hijo le pegara al tuyo… y me cago en los derechos humanos”.
Anibal Ricci
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