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Rusia Rusia · Stalingrado
Voto de Ferdydurke:
4
Drama España franquista. Durante la década de los sesenta, una familia de campesinos vive miserablemente en un cortijo extremeño bajo la férula del terrateniente. Su vida es renuncia, sacrificio y y obediencia. Su destino está marcado, a no ser que algún acontecimiento imprevisto les permita romper sus cadenas. Adaptación de la novela homónima de Miguel Delibes. (FILMAFFINITY)
19 de septiembre de 2021
5 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
El día menos pensado. No se ve alma. La caza.
Es muy machacona y muy insistente y repetitiva y cruel y abyecta y bestia y bruta y salvaje y despiadada y terrible y terrorífica y sórdida y desoladora y despiadada y bárbara y rasposa y abominable también todo lo que allí pasa o sucede, todo junto o sucesivamente, hay que tener los cojones de plomo, hielo en lugar de sangre, el estómago a prueba de bombas y el alma, si la hubiera y no un hueco en su lugar, ese siniestro vacío que te come vivo, de aquella manera para poder soportar en pie, ni hablar de poderla disfrutar, eso ya supondría grave enfermedad moral, sin venirte abajo y caérsete de paso todos los palos del sombrajo, tanta tropelía y atropello, tanto espanto y desafuero, tanto horror de primera mano, mucho desatino y mal vino, sin descanso, todo el rato, suma y sigue, camina o revienta, nunca para, qué agotamiento, cuánta salvajada, y ahí andamos, no somos de piedra, tenemos nuestras cosas, nos hacemos los duros pero late y tiembla nuestro corazoncito de hojalata, tan machacadito, pobre soldadito ya sin primavera.
Sin tregua; una solemnidad maniquea extrema, no se puede ser más hijo de su reputísima madre ni más pobre víctima propiciatoria, para retratar un tiempo y un espacio que de tan real casi parece abstracto, figuras que deambulan en medio de la nada más física y concreta, esa mierda generosamente esparcida, espectros con dolor en el espinazo, llenos de pústulas y reúma, fantasmas sádicos, retablo del demonio, infierno gélido, pavoroso, alacranes helados; una obviedad aplastante, gritona, obscena; una recurrencia delirante para hablar del mal con saña, con el contumaz regodeo de un Mengele paleto, con la atroz concupiscencia de un tarado de provincias, no hay salida, me voy a correr el cárabo y a mearme las manos antes de que la tibia y el peroné se me disloquen o ya si eso me como la pechuga suya que me cago de la risa con tu frente lisa, viva la dramaturgia no tan fina.
Cada escena es peor que la anterior, supone una nueva y más grande afrenta y humillación, un abuso, una vejación, una vileza, una felonía y otra barbaridad que echarse al coleto, tan sediento.
Hay que tener muchas tragaderas para aguantar esto, hay que optar a un ministerio, por lo menos.
Esto sí que es gore y no esos mojones que llenan las salas con cutres sustos y sangre a borbotones que no dan ningún miedo a nadie y gustan mucho a los más simples o tontorrones.
Se pasa y se atraganta, un nudo en la garganta o en la tripa, se te abren las carnes dolientes.
Juan Diego deja pequeño a Hitler y qué decir de Agata Lys, con qué orgullo altanero asume su condición de zorra, o de la marquesa generosa, gracias por el aguinaldo, señora, y Agustín González que pone la cama, nadie se salva, apenas la pija meliflua Maribel Martín que no pinta nada y huye despavorida, ni el médico que pasaba por allí y se lava las manos haciendo gala de su oficio, como Pilatos.
Y luego hablan de racismo, esta la hacen los yanquis en un algodonal de Nueva Orleans en el siglo diecinueve, no des ideas, con los mismos actores españoles, no todos, tampoco exageremos, solo los buenos, pintados de negro, paint it, black, como Millán Salcedo en la corte de faraón, y les dan todos los óscar en la próxima ceremonia tan esperada y hermosa y hasta la ONU la declara patrimonio de la humanidad, les sacan a hombros, en volandas, tanto premio, eso tenlo por seguro.
En fin, que me las prometía muy felices, me creía Steve McQueen, la recordaba buena, el libro de Delibes lo mismo o mucho mejor, el comienzo es pleno con esa fotografía clara y diáfana y esa banda sonora desgarrada y poderosa, mezcla de violines y otros instrumentos populares y nada habituales, y unas interpretaciones descomunales de Rabal (no se puede hacer mejor, parece otro, él mismo, como dirían Coppola o von Trier) especialmente y del resto casi entero, de Landa, de Terele, no así de los chavales los pobres, qué voces, qué mal quedan (dónde está Garci con su ejército de dobladores mutantes cuando más se les necesita).
Es como el boxeador que empieza la pelea con fuerza y ganas y que, según le va cayendo la somanta de hostias en cascada, tanto golpe acumulado, como lluvia monzónica, uno tras otro, vamos que nos vamos, como granadas arracimadas, a mala idea, va perdiendo fuelle y ya no es tan bueno, tiene la cara desfigurada, hinchada como una berenjena, el ánimo por los suelos, ánima en pena, y al final pide la hora y tira la toalla, teme por su integridad física, por el futuro de su estirpe. Pues eso, así estoy yo por ti, cabrón.
Galería o cámara de los horrores.
Un ejercicio de sadismo serio, psiquiátrico.
Es como si a las películas de Berlanga les hubieran extirpado todo el humor y la humanidad, todo el calor y la vida, como si las metiesen en un congelador o les arrancaran las vísceras de cuajo, un despiece macabro, malsano, taxonomía, taxidermia, animal muerto, autopsia en directo, una operación a corazón abierto, sin anestesia, la matanza del gorrino, toda la sangre salpicándote en la cara, tortura bellaca, vaya cafrada.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Ferdydurke
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