Media votos
4,2
Votos
2.723
Críticas
2.721
Listas
0
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Ferdydurke:
3
7,1
77.241
Drama
Madrid. Manuela, una madre soltera, ve morir a su hijo el día en que cumple 17 años, por echarse a correr para conseguir el autógrafo de Huma Rojo, su actriz favorita. Destrozada, Manuela viaja entonces a Barcelona en busca del padre del chico. (FILMAFFINITY)
16 de diciembre de 2015
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mankiewicz, Capote, Tennessee Willliams, Cassavetes..., venga de sufrir y tanto llorar. Alta (según se vea) cultura como paraguas, motivo y excusa. Grandes nombres para homenajear y regocijarse. Pedro deja claro cuales son sus padres putativos y sus madres soñadas (Gena Rowlands, Romy Schneider, Betty Davis, Vivien Leigh... ).
Escribir y actuar. Mentir. Crear. La ficción como negro augurio o redención feliz; un acompañamiento indispensable.
Todo este juego de citas evidentes y alusiones desatadas es lo mejor. No por obvio deja de ser interesante y entretenido. Una continua recreación y reinterpretación. Tragar, digerir y devolver. Trampantojo esmerado. Muy sustancioso. Buen alumno. Aplicado y reconcentrado.
¿Y qué es lo más malo o peor? Su machaconería y terquedad. Un peso pesado golpeando al espectador una y otra vez, una y otra vez. Con los primeros palos solo te atonta, te narcotiza alegremente, con el resto te mata, te aniquila, te destruye, te hace polvo. Y, el horror, te cansa, aburre y distancia. Incluso sientes que se quiere reír de ti, a mala idea, con crueldad manchega y cinéfila (y eso sí que no, hasta ahí podíamos llegar, que uno es un señor muy serio y respetable).
Aceptas un atropello perruno, un trasplante maqueado, unas tetas salerosas por ahí, alguna ansia mamadora por acullá, una paliza mal dada tal vez, una muerte traicionera quizás, un cutre contagio posiblemente, un alzhéimer no sé yo, un... , basta ya, por favor, todo a la vez y todo el rato, no, dame descanso, alegría y cosa buena, por lo que más quieras te lo pido, ruego y hasta exijo, amigo.
(Y ojo, creo que hay una confusión grande con él. Lo malo no está en que cuente historias de travestis, transexuales, putas, monjas o lo que Dios le dé a bien entender, eso nos da completamente igual, nada nos es (o debería ser) ajeno y ninguno, por mucho que nos empeñemos, somos ni santos ni alados, ni puros ni verdaderos (el catecismo se nos olvidó en alguna esquina), ahí que nos apañamos y vamos tirando, en el juicio final tendremos que negociar arduamente nuestro lugar al sol. Por lo tanto, por ese lado no hay pega ni queja ninguna. Uno no se apunta al nutrido e histérico grupo de los que se escandalizan con gusto por todo y son adictos a los rasgados vestidos. Qué va. Seamos generosos, comprensivos y no tiremos piedras innecesariamente, salvo, si es el caso, para defendernos. Lo dicho, por ahí bien, nada de censuras ni anatemas.
Lo malo, ahora sí, lo horroroso de esta gloria patria es la incoherencia (de/con su propio sentido), el absurdo (involuntario), la chapuza, la mala escritura, el dislate y el sindiós; el ridículo (inconsciente), la incapacidad y la gran mediocridad (como guionista). Concretemos: saca el personaje que quieras, por muy extremo que sea, pero hazlo creíble, si eres capaz, que tenga vida, sentido, que sea mínimamente verosímil. Lo que no cabe es que un mafioso se comporte como un bebé recién nacido, que un futbolista sea novelista o que nuestra Pe se nos vaya con la Lola a los puertos del pecado y la enfermedad (no te lo perdonaré nunca, maldito mancillador de virginales esperanzas); o, por ejemplo, que la amante secreta de Fidel, sí, el sátrapa habanero, fuese también la misma madre del opus, hermafrodita y heroinómana, que mató a Kennedy en un arrebato mostrenco dentro de una conspiración masónica de camioneros en huelga de hambre por la subida del precio de la silicona, no tanto la gasolina, todavía si hubieran sido nazis gays clonados a partir de los restos espurios de la sabana santa, ahí sí probablemente).
En fin, las mejores actrices, todas queribles (grande, Cecilia), los colorines rojísimos, alguna gracia y poco más. Quizás lo mejor sea un logro indirecto; su diagnóstico sobre el mundo en que vivimos. Ya que con esta obra magna se coronó en todo lo alto del Arte Contemporáneo Cinematográfico. No cabe mayor broma. Ni los surrealistas, dadaístas o la madre que los parió (toda la manada que los siguió también) pudieron nunca imaginar, ni en el delirio más alcohólico, humor más corrosivo ni retrato más fiel de la mascarada grotesca en la que estamos inmersos de lleno y que se conoce con el nombre de realidad. Solo nos queda seguir la broma y reír. No se enfaden, por lo tanto, señores, no hay para tanto.
Escribir y actuar. Mentir. Crear. La ficción como negro augurio o redención feliz; un acompañamiento indispensable.
Todo este juego de citas evidentes y alusiones desatadas es lo mejor. No por obvio deja de ser interesante y entretenido. Una continua recreación y reinterpretación. Tragar, digerir y devolver. Trampantojo esmerado. Muy sustancioso. Buen alumno. Aplicado y reconcentrado.
¿Y qué es lo más malo o peor? Su machaconería y terquedad. Un peso pesado golpeando al espectador una y otra vez, una y otra vez. Con los primeros palos solo te atonta, te narcotiza alegremente, con el resto te mata, te aniquila, te destruye, te hace polvo. Y, el horror, te cansa, aburre y distancia. Incluso sientes que se quiere reír de ti, a mala idea, con crueldad manchega y cinéfila (y eso sí que no, hasta ahí podíamos llegar, que uno es un señor muy serio y respetable).
Aceptas un atropello perruno, un trasplante maqueado, unas tetas salerosas por ahí, alguna ansia mamadora por acullá, una paliza mal dada tal vez, una muerte traicionera quizás, un cutre contagio posiblemente, un alzhéimer no sé yo, un... , basta ya, por favor, todo a la vez y todo el rato, no, dame descanso, alegría y cosa buena, por lo que más quieras te lo pido, ruego y hasta exijo, amigo.
(Y ojo, creo que hay una confusión grande con él. Lo malo no está en que cuente historias de travestis, transexuales, putas, monjas o lo que Dios le dé a bien entender, eso nos da completamente igual, nada nos es (o debería ser) ajeno y ninguno, por mucho que nos empeñemos, somos ni santos ni alados, ni puros ni verdaderos (el catecismo se nos olvidó en alguna esquina), ahí que nos apañamos y vamos tirando, en el juicio final tendremos que negociar arduamente nuestro lugar al sol. Por lo tanto, por ese lado no hay pega ni queja ninguna. Uno no se apunta al nutrido e histérico grupo de los que se escandalizan con gusto por todo y son adictos a los rasgados vestidos. Qué va. Seamos generosos, comprensivos y no tiremos piedras innecesariamente, salvo, si es el caso, para defendernos. Lo dicho, por ahí bien, nada de censuras ni anatemas.
Lo malo, ahora sí, lo horroroso de esta gloria patria es la incoherencia (de/con su propio sentido), el absurdo (involuntario), la chapuza, la mala escritura, el dislate y el sindiós; el ridículo (inconsciente), la incapacidad y la gran mediocridad (como guionista). Concretemos: saca el personaje que quieras, por muy extremo que sea, pero hazlo creíble, si eres capaz, que tenga vida, sentido, que sea mínimamente verosímil. Lo que no cabe es que un mafioso se comporte como un bebé recién nacido, que un futbolista sea novelista o que nuestra Pe se nos vaya con la Lola a los puertos del pecado y la enfermedad (no te lo perdonaré nunca, maldito mancillador de virginales esperanzas); o, por ejemplo, que la amante secreta de Fidel, sí, el sátrapa habanero, fuese también la misma madre del opus, hermafrodita y heroinómana, que mató a Kennedy en un arrebato mostrenco dentro de una conspiración masónica de camioneros en huelga de hambre por la subida del precio de la silicona, no tanto la gasolina, todavía si hubieran sido nazis gays clonados a partir de los restos espurios de la sabana santa, ahí sí probablemente).
En fin, las mejores actrices, todas queribles (grande, Cecilia), los colorines rojísimos, alguna gracia y poco más. Quizás lo mejor sea un logro indirecto; su diagnóstico sobre el mundo en que vivimos. Ya que con esta obra magna se coronó en todo lo alto del Arte Contemporáneo Cinematográfico. No cabe mayor broma. Ni los surrealistas, dadaístas o la madre que los parió (toda la manada que los siguió también) pudieron nunca imaginar, ni en el delirio más alcohólico, humor más corrosivo ni retrato más fiel de la mascarada grotesca en la que estamos inmersos de lleno y que se conoce con el nombre de realidad. Solo nos queda seguir la broma y reír. No se enfaden, por lo tanto, señores, no hay para tanto.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
En cuanto al argumento puro, por decir algo, todo lo que pasa a partir de la conversación entre Penélope y Cecilia, las dos marcadas a fuego por la "pandemia" Lolesca, es un cachondeo, una parodia, una gran memez que se pretende hacer pasar por melodrama cuando es solo un caricaturesco y triste reflejo de esa opción. Sin trabajarse esa posibilidad, sin esforzarse por explicarla o por crear personajes que la sustenten. No vale con enunciarlo en un diálogo, hay que mostrarlo y demostrarlo.
Incluso se produce un chirrido persistente al enjaular esos valores a la contra, tan "underground" e iconoclastas, en el corsé del culebrón más oligofrénico. Mezcla chusca y descacharrada. Es una apuesta muy arriesgada. En la que Almodóvar fracasa rotundamente. O dicho de otro modo, hace dos cosas: destruye la moral convencional, la aísla, acorrala, repudia, ridiculiza y margina, para, a continuación, volverla a ensalzar en su vertiente más delirante y folletinesca, más conservadora y reprimida. El resultado es atroz; una sensiblería chocarrera y patrañuela. Personajes al límite, fuera y más allá de cualquier convención o moraleja, que se acaban comportando, sintiendo, llorando y padeciendo como si recién salieran de la primera comunión con el alma henchida de pacata gazmoñería.
Vale como imitador, es un buen traductor. Falla clamorosamente en su aportación personal, cuando arriesga y quiere dejar su huella; mal alquimista, se queda con lo más superficial, desatiende lo importante, lo subterráneo, lo que está más allá de su gusto efectista y abrupto, tan chusco y epidérmico.
Incluso se produce un chirrido persistente al enjaular esos valores a la contra, tan "underground" e iconoclastas, en el corsé del culebrón más oligofrénico. Mezcla chusca y descacharrada. Es una apuesta muy arriesgada. En la que Almodóvar fracasa rotundamente. O dicho de otro modo, hace dos cosas: destruye la moral convencional, la aísla, acorrala, repudia, ridiculiza y margina, para, a continuación, volverla a ensalzar en su vertiente más delirante y folletinesca, más conservadora y reprimida. El resultado es atroz; una sensiblería chocarrera y patrañuela. Personajes al límite, fuera y más allá de cualquier convención o moraleja, que se acaban comportando, sintiendo, llorando y padeciendo como si recién salieran de la primera comunión con el alma henchida de pacata gazmoñería.
Vale como imitador, es un buen traductor. Falla clamorosamente en su aportación personal, cuando arriesga y quiere dejar su huella; mal alquimista, se queda con lo más superficial, desatiende lo importante, lo subterráneo, lo que está más allá de su gusto efectista y abrupto, tan chusco y epidérmico.