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Voto de Juan Marey:
7
Intriga. Terror Una carta que hace sospechar que una joven desaparecida ha sido asesinada lleva al sargento Howie de Scotland Yard hasta Summerisle, una isla en la costa de Inglaterra. Allí el inspector se entera de que hay una especie de culto pagano, y conoce a Lord Summerisle, el líder religioso de la isla... (FILMAFFINITY)
7 de junio de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Había una vez, hace muchísimos siglos atrás en el viejo continente europeo, una cultura no muy propensa a dejar rastros de ni huellas muy tangibles de su paso por este mundo, hablamos del pueblo Celta, un pueblo de costumbres muy arraigadas, y ello debido a su concepción espiritual del mundo, donde la naturaleza, es decir el clima y la tierra pródiga de alimentos, mantenía una estrecha vinculación con ciertos rituales y prácticas de magia, que buscaba satisfacer a sus deidades con el fin de asegurar la prosperidad de su vida terrenal. Los encargados de estos rituales eran los viejos druidas, míticos hechiceros, cuyo saber, según se cuenta, provenía de lugares como Egipto o La India, lo cual los convertía en idóneos intermediarios entre el pueblo y los dioses, rituales que en ocasiones llegaban a ser aterradoras al incluir sacrificios humanos que consistían en encerrar a la víctima en el interior de una extraña jaula gigante en forma humana hecha rústicamente, a la cual se le prendía fuego hasta su consumación total, con todo y su ocupante, el cual moría calcinado. Lo que imaginaron el guionista Anthony Shaffer y el director Robin Hardy fue la reacción de un cristiano al presenciar tales rituales y con ello elaboraron el guión del film "El hombre de mimbre", la idea inicial fue inspirada por la novela "The ritual" de David Pinner, pero el resultado final fue una historia concebida por Shaffer y Hardy tomando en cuenta sus investigaciones sobre los rituales precristianos de los Celtas.

Nos encontramos ante una película especial, como en uno de nuestros más reales sueños sentimos que algo extraño sucede pero no somos capaces de dilucidar el qué, Shaffer, con la impagable complicidad de Hardy, crea un desasosiego en el espectador que se irá acrecentando a lo largo de toda la película hasta la impresionante secuencia final. La verdad es que es difícil analizar el origen de la fascinación que este film provoca en el espectador ya que Hardy no emplea jamás ningún efectismo, ni sangre, es más, algunas escenas están rodadas con un inequívoco tono de comedia paródica que no hacen sino potenciar esa distorsión de la realidad y acrecentar la inquietud en el espectador, Hardy muestra la vida apacible de una población escocesa sin mostrarnos explícitamente nada macabro o escabroso, sólo leves detalles extraños, rendijas por las cuales intuimos algo monstruoso debajo de un perfecto retrato costumbrista de un pequeño núcleo. Y claro, está su música, la cual merece una mención especial, la magnífica banda sonora de Paul Giovanni, de claras reminiscencias folclóricas y célticas nos sumergen en el mundo hedonista de esta población a través de unas canciones de marcado carácter sexual y unas melodías pegadizas que quedan grabadas en nuestra memoria mucho después de escucharlas, no en vano Hardy siempre defendió (imagino que haciendo alarde una fina ironía) que lo que en realidad había rodado no era un film de horror sino un musical. Aunque, en mi opinión, el extenso uso de las canciones perjudican por momentos el ritmo del a cinta, por otro lado ayudan a crear una atmósfera cada vez más sobrecogedora que explota finalmente en el maravilloso clímax final durante el festival de Beltain.
Juan Marey
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